Emiliano Zapata,
daga de duelo en la entraña de tu madre,
lágrima lumbre en el vientre de tu madre,
ardor de barro en el cuerpo de tu madre,
cadáver tejido a raíz de pólvora,
cabalgata en el polvo
a viva ausencia.
Emiliano
ejército de ejidos con la abstinencia en armas,
hoy grito sin nombre en el pozo de la noche,
tu madre te busca, te llama
—llama enhiestra del maíz—,
repite tu nombre entre las cañas
y sólo encuentra un hijo muerto
con surcos a traición clavados en la carne de su día,
y sólo encuentra tu silencio entre sus voces,
tu ronco manantial acribillado.
Ella te cubre entonces con su rebozo vegetal,
te lava las heridas
con sus lágrimas, ríos furiosos,
dulcísimas corrientes indefensas
y besa tu nombre sobre la frente abierta,
predio de la ternura,
receso ensangrentado.
Qué enorme soledad la de sus manos,
qué llanto tan rencor
su agricultura rota,
qué modo de sangrar por tus heridas
su angustia descarnada
sobre el barro brutal de su lamento;
qué modo de palpar tu sangre
cuando la tarde derrite
los horizontes de sus ojos ardiendo.
Y mientras… tú, jinete de vida,
cosechando la muerte en cada poro;
y mientras… tú, fuego desecho,
naciendo
Continuar leyendo...