A los guerrilleros zapatistas cuando vinieron al D.F. como los 111
Hoy puedo mojar los periódicos
en la sangre de mi hermano
hasta incendiarlos,
en tanto las cigarras
buscan su bloque nocturno.
En la obscuridad más pobre
que pudo parir la Luna,
somos esporas huecas
cazando fantasmas;
sacrificios a la muerte,
al infinito:
arrodillados...
Gritamos,
y cuando la selva no alcanza
ahorcamos nuestras sombras,
sangramos el ave que se derrite en el lago,
y a nuestros reflejos les da hambre
de abrazar a un niño muerto.
Caemos, caemos, caemos
y caemos de noche,
hacia el olvido.
Sólo queda este código a la desesperanza,
este grito que el espejo devuelve roto,
besos de sal sobre otra carne expuesta:
siempre el mismo grito y el mismo herido.
Sólo la lluvia.
Nada.