Antes aún del principio.
Siendo uno.
El creador y la criatura se amaban.
Y tan cercana era su danza, tan precisa,
que entre los dos no cabía inicio alguno.
Sucedió entonces.
Cuando el abismo infinito
que eran la conjunción del alfa y el omega.
Cuando el todo y la nada eran uno
y aún el vacío no tenía lugar.
Sucedió,
que la criatura creyó ser creador.
Así nació Dios.
Mirando sin tiempo el fondo de unos ojos sin fondo.
Más allá del silencio donde la esencia muere.
Creó entonces veinte puertas para buscarse
más allá de la orilla del universo
y contemplar su reflejo
que era la nada.
Enfrentó así por primera vez su nombre completo.
Su rostro era la imagen insoportable de la soledad.
Rompió entonces el espejo y él mismo
reventó en pedazos.
Nacieron las dimensiones y el laberinto de la realidad.
Nadie ha visto a Dios desde entonces.
Dicen que trata de cambiarse el nombre.
Y que por ello: morirá.