Alguna vez la driada Druvall buscó el misterio de la muerte,
porque ella no moriría hasta que todas las montañas se cayeran;
y la bestia Barakran le olió la ansiedad y le ofreció el secreto,
a cambio del nombre de La Madretierra y de su propia sangre.
Con el nombre, arrancó la espina de La Madretierra:
una lanza dorada, y con ella, la Bestia orado hasta los abismos,
de donde emergieron siete infamias para quebrar a la natura,
cerniéndose sobre los siete unicornios que la cuidan,
que también son las reinas y consortes de los dioses:
La pantera astada masacró cuanto corría,
y el germinador de la Madretierra relinchó.
El bahamoth desgarró los cielos entre truenos,
y la reina de las brisas por detenerle, fue tormenta.
La quimera confundió los días en pesadillas,
y el sol de dorada crin las quemó y dejó desiertos.
La mantícora violó a la driada de la primavera,
y la dama gris desde la luna, consoló con su otoño.
El kraken tintó los mares de abismos,
y la reina de las nereidas luchó entre espuma.
El catoblepas agrietó la tierra con sus pisadas,
y la dama de cuarzos invocó luces que la ataran de nuevo.
La araña en tela de tinieblas, devoró los sueños,
Y la reina de las hadas no pudo volver a Avaellyon.
Y Tryson, el germinador cornado, quien más amara a La Madretierra,
la sintió crujir en sus cimientos y supo que la lucha de los abismos
y la natura, la quebrarían por completo. Así que fue a la montaña
más alta y desde allí relinchó, anunciándole a las siete infamias:
“Cejen su furia y bramor, porque yo les ofrezco lo mayor.
Paren su furia y les prometo que los llevaré al Apeirón.
Al caldero blanco de donde todas las estrellas surgieron.
Al Uldry del padre de todo cuanto es, para que beban de él”.
Y las infamias se detuvieron, porque no era promesa a la ligera.
Sin embargo, Tryson estaba atado al orbe del mundo,
huevo de Emerië Dallate, Dragón de todos colores y ninguno.
Había
nacido bajo esas estrellas y no habría podido dejar su destino,
si Matliörf no hubiera bajado de la luna entonces,
donde esperaban los dioses, que de haber intervenido,
habrían quebrado el orbe ya.
Y tocó su cuerno de caza y los colores de todas las memorias,
flotaron en brumas de las nubes más altas y nació el arco iris.
Y Tryson subió en él y fue más allá del horizonte y salió del mundo,
allende las estrellas, donde se inicia su canto.
En lo profundo del eco primero, hasta
El caldero dorado del Uldry de donde surge
el incendio del Apeirón y todo cuanto es.
Y lo siguieron cuatro infamias de las siete,
prestas a beberse todo lo que sería.
Y desde entonces allí moran y Tryson junto a ellas,
en las estrellas, porque cuanto era y sería,
no acabaría nunca de contarse
y verterse y cuanto más bebieran las infamias,
más habrá para ellas y no volverán del firmamento.
Pero a La Madretierra sin su amante,
se le acabará la juventud algún día.
De las tres infamias que se quedaron,
el kraken se hundió en las grietas.
El catoblepas se enterró en las ciénagas
y la araña arrinconó al hada.
Y Matliörf acudió junto a su amada
y por ello invocó con toda memoria
al que solo él podía nombrar: Al olvido. Al terror.
A La Tiniebla.
Y Lucharon una vez más como en el inicio de los días,
pero ningún otro dios quiso entrar en la lid del mundo,
apenas salvo de las infamias.
Pero la memoria se había perdido entre la destrucción
y La Tiniebla era más fuerte de lo que nunca había sido.
Cayó Matliörf y el Hada.
Y nació de sus restos el ciervo blanco,
encarnando su última palabra:
La memoria del sueño. El sueño de la memoria.
Entre los restos del bosque sin amo,
y veredas perdidas a lo profundo,
llegó uno a protegerlo: Su hijo,
rey de driadas y cazador de infamias.
Pero ante La Tiniebla, reculó aterrado
y se arrojó al caldero de los abismos.
Y emergió de nuevo con el
manto de lo podrido, confundido
en sombras, y enloquecido por su último recuerdo,
quiso huir del olvido matando al ciervo blanco.
Tomó el cuerno caído de su padre y llamó a la jauría;
y de los rincones en los bosques,
las bestias se unieron a la cacería.
Y en su huída, el ciervo blanco encontró
a Endromacón en un estanque.
El último de los Akamaré Daetha,
el pueblo con ojos de estrellas y luna,
cuya ciudad de copos de nieve,
Asyelaoo, había caído durante el cataclismo
y que al ver el arco iris, se habían
hecho a la mar de las estrellas también.
Y en la barca como cisne de árboles blancos,
una dama elfa lloraba a su amado, uno que herido,
no llegaría con vida al confín del horizonte.
Así que el pescador Endromacón, tomó en brazos
al extranjero herido elfo y con la dama cogida de su cuello,
saltó de la barca y no fue a las estrellas.
Cayeron en lo profundo del bosque, entre los ecos del holocausto,
Y cuando fue a recoger agua, encontró un ciervo blanco en un estanque.Y ambos bebieron al mismo tiempo.
Después el ciervo huyó de nuevo, del cuerno y de la cacería.
Pero de entre las bestias de la jauría, uno recordó: Domaeth,
El jabalí corazón de fuego, que cargó entonces en un marjal,
contra la montura del cazador, dándole muerte y huyendo
entre embestidas que menguaron a la jauría con su furia.
Y en ese trance, encontró al cazador una bruja: Lwyn la bella.
Que había nacido en la presteza del cataclismo, de las entrañas
de la driada Druvall y de la sangre de Barakran, la bestia.
Y cruenta y silenciosa, había buscado yacer con su padre también.
Porque mientras Barakran descansaba satisfecho de la
devastación y los copulares con su hija, ella dio a luz
a todos los licántropos y vampiros, que lo devoraron,
heredando su inmortalidad, y Lwyn, la lanza dorada.
Le ofreció la lanza, la espina de la Madretierra, al cazador,
y transformándose en un corcel terrible, fue su nueva
montura,
Reanudando la cacería del ciervo blanco, arrinconándolo a un
pantano arcano, tinto en aguas del caldero del abismo.
De un sauce oscuro colgaba una enredadera fría, y en ella
Se atoraron las astas del ciervo blanco, donde se debatió
hasta que la jauría lo alcanzó y el cuerno de cacería le sonó
encima. Entonces también volvió Domaeth entre la bruma.
Y cargando contra el cazador de nuevo, derribó a la bruja,
pero uno de la hueste, Undergardervaker, un verde dragón,
se enfrentó al jabalí, al que derrotó con los colmillos en el gaznate,
y antes de morir, Domaeth lo maldijo, por traicionar al bosque.
Y el cazador se cernió sobre el ciervo blanco y de un tajo,
de cuajo, lo decapitó con la lanza dorada, tomando la cabeza
astada para coronarse la propia, nombrándose desde entonces
amo de todas las forestas, Anwynn, señor de las bestias.
De modo que los hombres, que entonces apenas nacían,
moraron bajo la tiranía de las astas y de la bruja, que
también reclamó el caldero de los abismos, arrinconando
a las hadas y driadas a los parajes más profundos.
Por eso ningún soñar los lleva en vida a Avaellyon.
Y Druvall del roble, buscando perdón en las desesperanza
de tanta tragedia que arrastraba consigo, buscó en algún
lugar un pozo de luna, donde su hermana del otoño le
ofreció descanso y ella se arrojó allí, para evaporarse.
Y ese vapor devolvió el color a un viento extinto que la
había amado. El viento azul, que entonces la tomó consigo
y sopló desde todas las montañas, en todos los horizontes,
llevando consigo el otro olvido del consuelo a toda criatura.
Y guiado por el viento azul, uno encontró su camino fuera del
bosque, a los desiertos donde la arena tintinea bajo las estrellas,
que le brillaban en los ojos, último de entre los suyos, Endromacón,
que llevaba consigo el nombre del ciervo blanco que había bebido.
La palabra de la memoria y el soñar de las hadas.
Más allá de Lwy Kwartha donde había muerto su reina.
Más allá de todos los bosques y antes del último.
Y fue él quien más amó a los hombres”…