Para comprender un poco el origen de los seres fantásticos debemos tratar de ver al hombre como un ser histórico que interviene en la naturaleza, a la vez que se ve afectado por ella. El hombre necesita esquemas de pensamiento para sobrevivir, para explicarse el mundo de forma coherente.
En tiempos pretéritos el ser humano se encontró inmerso en un mundo fenomenal sobre el cual no tenía los instrumentos de explicación propios de nuestra civilización tecnológico-científica, por tanto echo mano de la magia, la cual tiene como principal agente a la palabra través del hechizo, el conjuro y la invocación, siendo quizás su testimonio más antiguo, las pinturas rupestres de la región franco-cantábrica las cuales tuvieron seguramente funciones de propiciación de la cacería, actividad económica propia del paleolítico.
El arte paleolítico es en sumo abundante en representación naturalista, sin embargo en Ariège existen figuras de “brujos” o “hechiceros” con características tanto antropomórficas como zoomórficas: el espíritu logra crear lo no existente.
Dentro de un pensamiento mítico arcaico, las cosas se nombran y lo que no, no existe. El hombre advirtió los cambios en las estaciones y el movimiento de los cuerpos de la bóveda celeste, es decir los ritmos de la naturaleza, a partir de este momento y en consonancia con otros factores como son la comunicación a través de sonidos guturales, la necesidad de sobrevivencia y el trabajo posibilitado a través de la mano con un pulgar que se oponía a la palma, se llevó a cabo un proceso evolutivo a la vez que dialéctico que dio como resultado el lenguaje con su consecuente capacidad para nombrar y crear.
A pesar de que en muchas mitologías hay un solo dios creador, son raros los cultos que le dan importancia a estos dioses taumatúrgicos, convirtiéndose el animismo en una forma de culto primordial, la cual responde no sólo a la necesidad de explicación del mundo, sino también a
necesidades económicas de sociedades como podemos ver en el caso de los cazadores en relación a la función mágica de las pinturas rupestres, lo cual en una sociedad agrícola se ve con una primacía del culto a los espíritus de la lluvia, la montaña, el valle, manifiesto en ofrendas, sacrificios, etc.
Así el origen de los seres fantásticos lo podemos encontrar tanto en el miedo primigenio ante fenómenos sin explicación como también en procesos donde intervienen las actividades económicas, estructuras sociales y herramientas que crean lo que no existe : el lenguaje pictórico y la palabra.
Haciendo brincos en el tiempo, pasamos a la Romania donde encontramos el genius loci o espíritu que gobernaba un lugar específico y al mismo tiempo protegía contra toda incursión, este término derivo en el francés genie du terroir, donde se conserva el concepto de una entidad ligada al sitio o terratorium latino. En algunos países de lengua semítica, eran los aghwâl, afarit, shayatan, djinn, entre otros seres quienes gobernaban las cavernas, montañas y otros accidentes geográficas, y es Iblis, el Satanás islámico, el príncipe de los jinn, los señores de los territorios del desierto, es decir los genies du terroir semíticos. Los seres de esta naturaleza más antiguos pueden trazarse hasta las tablillas de arcilla de la literatura Sumerio Acadia pues comparten características como el ser peludos y tener la forma de alguna bestia como el avestruz y la serpiente por citar algunos ejemplos.
Desde la más remota antigüedad hubo espíritus que tuvieron una connotación negativa: en Sumeria y Acadia cada enfermedad era un demonio, sin embargo también hubo espíritus buenos y no son sino las religiones abrahámicas las que tiñen de un matiz negativo toda representación espiritual que se aleje de la deidad monoteísta. Esto último a la vez cumple una función al servicio de favorecer una concepción del poder que ve con buenos ojos el gobierno absoluto
bajo una sola y única figura, como sería el caso de Constantino al volver el cristianismo religión de estado en una época de crisis y decadencia en el Imperio Romano.
Uno de los ejemplos de demonización de los espíritus de la naturaleza lo tenemos en Lactancio, apologista cristiano contemporáneo del emperador Constantino, nos dice que de los “demonios celestes” nacieron los "demonios terrestres” y que ellos son los “espíritus impuros” que habitan la tierra, es decir los genii loci citados anteriormente. Por otro lado, a pesar de la condena por parte de la religión institucionalizada, hubo un sustrato popular en donde gavekos, lamias, gwyllion, coblynau, bergbúi, y otros seres se mantuvieron vivos en las diversas manifestaciones de las lenguas como es el caso de la Toponimia, por ejemplo Lugdunum, lugar celta consagrado al culto de Lug, la actual Lyon en Francia o Aslundr bosque sagrado de los ases la moderna Oslo en Noruega. También hubo supervivencia en poemas, sagas y documentos recopilados y preservados por monjes.
Estos seres que ahora lamamos fantásticos, son un reflejo de las sociedades que les dieron vida. Demócrito dijo que el hombre transforma en dios a la materia de la cual vive, en esta dialéctica, podemos pensar que estos señores o genios del territorio pudieron ser posibles, gracias a poderes políticos, menos centralizados. Debemos recordar que otros pueblos como los celtas y los pueblos germánicos de la antigüedad no formaron imperios o confederaciones como Roma que a pesar de ver colapsado su poder político, conservó el poder espiritual.
Podemos terminar este breve escrito diciendo que los seres fantásticos son resultado de las condiciones materiales del hombre desde tiempos llamados prehistóricos que son el sustento y sustrato de las manifestaciones espirituales posibilitadas por una dialéctica de la naturaleza, el trabajo y el lenguaje.
Roberto Lizárraga Jiménez
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