Ciudad de México, sábado 7 de enero del 2017.
Debo confesar que me sentía aprensivo mientras caminaba hacia la avenida Reforma, los saqueos del día anterior me hacían sospechar sobre la presencia de infiltrados o de provocaciones. Sin embargo, también me había convencido que era necesario salir a demostrar que no teníamos miedo y que sabíamos culpable al estado de la organización de dichos saqueos.
Cuando llegué a la glorieta del ángel, mi aprensión aumentó, pues se encontraba menos gente de la que esperaba, sin embargo permanecí ahí y poco a poco más gente fue llegando. El ambiente no era tan combativo o festivo como en otras manifestaciones a las que había asistido, en la multitud se percibía miedo e inexperiencia. Muchas de las personas presentes no parecían tener por costumbre alzar la voz y entendí que hacerlo cuesta trabajo al principio.
Un par de días antes, cuando las redes sociales y servicios de mensajería digital se vieron inundados con llamados a la violencia e información apócrifa, había sido testigo del actuar de varias cuentas automatizadas en twitter, que estaban programadas para promover la idea de que los saqueos eran una protesta violenta derivada del aumento a los precios de los combustibles. Yo sabía que no era así, nadie a mi alrededor pensaba eso y sin embargo la prensa, sobre todo la internacional, promovía aquella idea equivocada.
Conforme pasaron las horas y los días, se hizo evidente que los saqueos no obedecían a ninguna clase de protesta social, eran un ejercicio de manipulación con claros signos del grupo Atlacomulco detrás. Por eso era importante salir, por eso era importante levantar la voz, pero sobre todo era importante encontrar personas afines con quienes organizarse.
Cuando la movilización comenzó su avance hacia el zócalo, las luchas de egos, ideales y personalidades se hicieron claras en los micrófonos. En el vehículo que encabezaba la marcha discutían sobre quién y qué se
diría a través de los altoparlantes, mientras que más atrás representantes de los trabajadores petroleros comunicaban su apoyo a la causa con un megáfono.
Al llegar a Reforma y avenida Juárez nos encontramos con otro contingente que compartía nuestra misma causa, los organizadores se mostraron un tanto sorprendidos y les invitaron a unirse, pero pronto quedó claro que aquellos compañeros tenían sus propias ideas. “Vamos a los pinos” repetían constantemente, iban en la dirección opuesta a nosotros y no parecían estar de acuerdo con la idea de seguirnos. Los dos contingentes colisionaron de frente, cada uno se hizo a un lado y siguió por su respectivo camino, no pude evitar reflexionar acerca de lo difícil que es poder organizarnos y coordinarnos.
La marcha continúo, bajo la mirada siempre presente de drones, policía, reporteros y curiosos. “¡A tí que estás mirando también te están chingando!” era la consigna que se les gritaba a los espectadores, con lo cual no pude evitar sonreír.
Ciertamente me agradó ver que los comerciantes no cerraban sus cortinas ante nosotros, aunque hubiera preferido que se unieran, ver transcurrir la vida normal del centro histórico ante la marcha era reconfortante después de un par de días en los que se intentó establecer un estado paranoico en el país.
Cuando llegábamos al zócalo fuimos recibidos por otro contingente más que ya se encontraba ahí, que a diferencia del anterior parecía alegre de encontrarse con nosotros. En el acto que se preparó a un costado de palacio nacional, hablaron representantes de los trabajadores de la educación, del clero, de la academia y de organizaciones juveniles. Todos concordaban en que la marcha y el movimiento social que la convocaba era el resultado de una serie de agravios que el Partido Revolucionario Institucional, la administración de Enrique Peña Nieto y los intereses de las corporaciones multinacionales a las que sirven, habían orquestado
contra los intereses del pueblo mexicano desde hacía ya mucho tiempo.
Tras ese día las manifestaciones pacíficas ciudadanas se han multiplicado, diferentes actores políticos y sociales hacen lo suyo, pero la realidad es que las viejas prácticas políticas mexicanas tienen ya poco que ver con la sociedad sobre la que intentan actuar. El pobre intento de manipulación que se llevó a cabo solamente ha despertado la indignación de las personas, incluso de quienes hasta hace poco callaban. El subsecuente intento de manipular la información falló incluso antes de ponerse completamente en efecto, no es posible mandar desde la cima a una sociedad que tiene acceso instantáneo a diversas fuentes de información, que se coordina en todo el país en tiempo real, pero sobre todo que no es ingenua o inocente.
Estamos ante una sociedad que se encuentra en labor de parto, los estertores darán como resultado una nueva configuración política, social y cultural en los próximos años. No podemos saber a ciencia cierta cómo se darán estos cambios, pero de lo que podemos estar seguros es que no hay parto que no conlleve dolor.