Pasé algo de tiempo pensando qué carajo iba a escribir el día de hoy (para suprimir la ansiedad perinatal de la cuarentena). Cuando fui por mi teclado para escribir mejor, recordé que me la pasé toda la noche pensando a cerca de las pequeñas muertes (las llamaré «micromuertes») por las cuales pasa el ser humano.
Entre éstas, se encuentra el orgasmo. Es una pequeña muerte de cinco a treinta segundos en las cuales el cuerpo pasa a un estado de supresión y se revela el alma (o cuerpo sutil, si su religión le llama así). Otra de las tantas formas de micromuertes, es entrar a la hipnosis del pensamiento profundo; mirando fijamente un punto aleatorio en el espacio hasta olvidarse de la presencia del yo.
Un método más, es la duda. Como ya he mencionado antes: «La pregunta salva, mientras que la duda mata», refiriéndome a que la pregunta es un acto pertinente y menester del cuerpo humano. Mientras que la duda es la creación mental de elementos o acontecimientos no verídicos que generalmente desembocan mal. La duda, en algunas ocaciones, se alcanza a saborear y se torna en un elemento más del acervo mental agridulce que sangra. Cuando se entra en el estado de inundación por la duda, se alcanza a apreciar otra micromuerte llena de incertidumbre y dolores voluntarios en el corazón.
Sí, las micromuertes pueden darse en éxtasis o en depresión extrema. Las micromuertes son un limbo entre la materia viva y la materia inerte. Las micromuertes son humanas. Las micromuertes, en una sociedad tan convulsiva como la de hoy, se volvieron cotidianas, y ya nadie tiene el valor de comentarlas o estudiarlas.
Las micromuertes, sólo son una metáfora más de los sentimientos y emociones que nos rectifican nuestra vida latente y nuestra existencia. Ante la inefabilidad que éstas conllevan, las he bautizado de esa forma: ‘Micromuertes‘