Para los hombres antiguos, todo era sagrado y todo en el mundo tiene una relación misteriosa y simbólica. Cada cosa es poseedora en sí misma de un significado evidente que lo vincula con una entidad más elevada. El hombre maya vive en un asombro perpetuo que lo vincula constantemente con su ambiente y lo inspira a convivir directamente con los efluvios celestiales y de la tierra. Es por eso que los protagonistas de los mitos mayas (y del rito en general), son seres fantásticos, dioses o entidades de origen sobrenatural. Pueden ser animales, hombres o personajes heroicos. Intervienen también seres de luz y demonios, ya que todos ellos se contraponen en la vida diaria.
El origen del mito
Como bien dijimos, en las culturas tradicionales todo es simbólico. Cualquier pensamiento o acción están significados por lo celestial y lo mágico. Y es precisamente la unión entre lo celestial y el inframundo lo que da origen al mito de los árboles mayas, en el cual según el Chilam Balam de Chumayel, el mundo de los humanos estuvo precedido por la destrucción total del mundo a causa de un repentino diluvio, que fue ocasionado por el enojo de los dioses cuando se percataron del robo de las insignias de los Oxlahun Tiku que son las deidades del cielo.
De acuerdo con el mito, después de la destrucción total del mundo, se sembraron cuatro ceibas o Yaxches en las cuatro esquinas del mundo y en cuyas copas se posarían los pájaros divinos llamados Yuyum.
A cada uno le correspondía un color diferente: amarillo en el sur, blanco en el norte, negro en el oeste y rojo en el este. Según la cosmovisión de los mayas, éstos eran colores cósmicos que guardaban una estrecha relación con los colores de maíz existentes en su mundo. En el centro de éste, se sembró un árbol sagrado que se llamaba “la gran madre Ceiba”, la cual está representada por el color verde, en cuya copa se posaría el gran pájaro verde-azul o Quetzal con cabezas de serpiente, cuyas
alas simbolizaban al dios dragón o dios supremo.
Recordemos que el mundo para los mayas era representado por un cubo de enormes proporciones dividido en cuatro partes y con un eje central que, atravesado por la gran Ceiba madre, une los niveles cósmicos del cielo, la tierra y el inframundo. Las raíces del árbol central llegan al “Xibalba“, regido por “Ah Puch” el descarnado. El tronco se encuentra en el mundo terrenal donde habitan los hombres, y las ramas del árbol están en el mundo celestial que es por donde transitan las almas de los difuntos.
Alojados en el mundo subterráneo se encuentran los “Abcatunes” o “Pauhatuhes”, poderosas deidades que sostenían cada una de las esquinas del mundo. Las regiones celestes eran soportadas por los cuatro “Becabes” que son los encargados de mantener en alto el firmamento y a la vez, en cada uno de los ángulos del cielo, se encuentran otras cuatro divinidades llamadas chacs, deidades del agua y de los vientos.
Asimismo, cada punto cardinal era ocupado por su bacabe correspondiente y tenía un significado y color en particular. Pero en los tiempos de la colonia, estos colores y puntos cardinales cambiaron su significado y equivalían a un santo de la religión católica. Según el fraile Bartolomé del Granado Baeza, (mejor conocido como el padre Baeza), relata que el Pauhatun correspondiente al color rojo y ubicado en el este es conocido como Santo Domingo.
Al norte queda el blanco, correspondiente a San Gabriel; el negro que es el del oeste equivale a San Diego, y el amarillo que da hacia el sur (y el único femenino, llamado en la lengua maya X kanleox o “la diosa amarilla”), equivale a María Magdalena.
Los vientos provenientes de cada una de estas direcciones poseían características diferentes. Se creía que los vientos del sur y del oriente eran benévolos, mientras que los vientos provenientes del norte y del poniente eran malévolos porque provocaban enfermedad y caos.
Incluso los relacionaron directamente con el dios de la muerte y la destrucción.
Y es así como el origen del mito de los árboles tiene su origen principalmente en elementos naturales como el viento, los árboles y el cielo, del cual los mayas eran grandes observadores y estudiosos.