Cuando uno escucha a las personas referirse a los gutiplunques -a los seres pequeñitos que deambulan los rincones de las casas y de los bosques- uno se ve invadido por distintos sentimientos. Puedes sentirte invitado a evocar fiestas sin control y risillas inesperadas, travesuras inocentes y algunas no tanto; o incluso sentirte asaltado por el más profundo y verdadero temor de hallar duendes jugando con los utensilios de cocina. O tal vez correteando por las habitaciones revolviendo calcetines y trebejos. Pero el desconcierto y el asombro, la duda y el terror, los he encontrado en el rostro de la gente cuando les he hablado del Terlebush.
El Terlebush habita en las oscuridades de los bosques. Es rápido para esconderse e imposible de atrapar. Merodea por los arbustos en el corazón de la floresta o en los alrededores de las villas más alejadas de las ciudades. Los duendes tiemblan al saberle cerca, los trasgos se esconden, las hadas vuelan sin control -lo más lejos posible-, y los gnomos se santiguan al oírle mencionado, pues el extraño Terlebush come gutiplunques.
Aquellos que por un instante le han visto desaparecer, podrían confundirlo con un fauno, pues sus piernas son parecidas a las de las cabras, coronada su cabeza por dos cuernos rectos y largos. Su figura -especialmente su torso y rostro- es parecida a la humana, pero sus franjas en los muslos y en la espalda nos recuerdan a los tigres o a las zebras, que lo hacen más animalesco. Su cara en cierta medida asemeja a la de un roedor, y su estatura a la de un niño que se acerca a su adultez.
Pero el Terlebush es también un gutiplunque, a pesar de su tamaño; su más pura esencia pertenece al mundo del rincón. Es verduzco y negro como los pantanos y las sombras forestales; además, nunca se anda con juegos. Es cruel y certero al atrapar a sus víctimas, pues se dice que una vez elegida su presa, no falla.
Para cazar, el Terlebush se oculta tras la espesura y comienza a hacer ruiditos
tintineantes, chillidos, trompetines, risotadas y silbidos que atraen a los gutiplunques de un modo casi hipnotizante por sus tonos inocentes e inocuos. Sin embargo, al estar cerca ya de sus garras, salta intempestivo y en silencio atrapando al duendecillo, ratoncito o hada que haya sucumbido a sus engaños.
La muerte que provoca el Terlebush es horrible: estruja a sus víctimas con desesperación hasta matarlas; es capaz de capturar a un duende que corre sobre el agua, de atrapar a las hadas en vuelo, y de encontrar a los gnomos en los lugares más recónditos de sus madrigueras.
Más no sólo los gutiplunques deben temerle, pues se dice que en su ausencia, el Terlebush busca bebés shankits (humanos) para comerlos como si fueran criaturas del rincón.
Así que ya lo saben shankits y gutiplunques, teman al Terlebush. Y recuerden que si escuchan misteriosos cantos y ruidillos tras los arbustos, duden mucho en acercarse, puede ser un Terlebush al asecho.