Acercamiento a "Los rituales de la tristeza", de Adriana Tafoya. Editorial Rojo Siena, 2014.
La demanda de la poesía actual, y no la comercial por supuesto, sino “esa necesidad” de la gente de conectarse a “una emoción que la represente”, exige que una poética consiga conectarse con su realidad, y desarrollar la capacidad de imaginar propuestas reales para enfrentar la estupidez humana, y que sea tan fuerte y contundente, que su belleza sea un artefacto digno de exponerse en un museo. Porque la gente de ahora está vacunada contra la belleza, contra la reflexión, y contra la necesidad. Porque la gente de ahora siente que no necesita nada, que su reflexión es lo que reflexionan otros en el radio y en la televisión y que la “realidad”, hagas lo que hagas, no puede cambiar un ápice. Por eso escribir poesía, contrario a lo que puedan pensar muchos apuntadores de poemas, es un reto digno para el que de verdad se tome en serio la función y responsabilidad del creador de transformar el mundo, y no de reafirmarlo tal como lo conocemos.
El lector exigente, el crítico de ocasión y el profesional también, encontrarán en Los rituales de la tristeza, de Adriana Tafoya, esas cualidades reunidas. Poesía fuerte, por su contenido. Provocadora, por su intención; y bella por su alcance. Es cierto que si se dice algo verdadero de una manera equivocada, pesará el error dicho de una forma acertada. Para la poesía no hay tregua, en esta medianía del discurso, y por eso es difícil encontrar entre todos los libros de poesía que se publican, poetas que cumplan esta elemental exigencia para la reina de los géneros.
Para el poeta contemporáneo, la metáfora se ha vuelto un artículo de orfebrería que no le interesa, pues asume que el lenguaje es metáfora en sí mismo, y que el discurso al conformarse se torna metáfora en sí mismo como ser “organizado” que es. Se lava las manos en el agua sucia del hiperdiscurso. Por el contrario, para
Adriana Tafoya es una bóveda en la cual el lenguaje mismo se pone en entredicho, y la metáfora inherente de su cauce, puede ser modificada; representa la arquitectura de un espacio compuesto de manera palpable, pero que a diferencia de lo tangible, como poesía que es, puede abrir puertas en un espacio donde el humano no puede entrar en su totalidad corpórea, pero que no deja de ser un espacio tangible y material.
Con Los rituales de la tristeza, estamos ante una poesía ética, que podemos llamarla así, porque alcanza a hilvanar en su organismo una realidad congruente, que es autónoma en sí misma, y al mismo tiempo guarda una lógica con lo que le rodea, y que posee el volumen de un ser vivo. Es una poesía que al concretarse en un “poema”, logra dar dimensionalidad isométrica al trazo geométrico de la idea. Esto quiere decir que el poema (que podemos entender como “la unidad mínima de la creación”), se cumple en tres niveles básicos: en lo simbólico; en lo práctico; en lo emocional.
Con “emocional”, nos referimos no al sentimiento, sino al carácter ontológico de la poeta. La emoción es la estructura más particular que nos sostiene como seres individuales. La forma emocional tanto de una clase social, o de un gremio, es diferente de acuerdo a su concepto de vida. Aquí la “emoción”, es el espacio en donde se transgrede el modo en que el ser percibe el mundo; del tal modo que los poemas de Adriana Tafoya son “emocionales”, en la medida que alcanzan a trastocar el modo en que se percibía el entorno, para percibirlo ahora de un modo distinto. ¿Cuál será la emoción resultante? En el poema es una, pero en cada lector, naturalmente será diferente, de acuerdo al origen de su determinación emotiva. Sin embargo, Tafoya no da tregua al lector y no le deja una tarea emotiva simple, y hasta cierto punto, de un modo “poeticista”, deja muy definida la idea que florecerá en pulsión al pasar a lector.
Respecto a lo
práctico podemos entender el carácter funcional de la obra en su elemental poder volitivo. No sólo impele al lector a soltar las amarras, o arrancarse el cuerpo que tenía hasta entonces para investirse de un nuevo yo, sino que lo azuza con los demonios (concepto que podemos entender aquí como “las ideas restringidas del propio ser, por una idea distorsionada de sí mismo”), a que suelte y no tema al agravio, sea de sí o ajeno. En pocas palabras, a no temer el conflicto con lo que le rodea; sean personas, nociones de vida, o el ritmo inherente de su condición existencial. De este modo, praxis y voluntad, son vehículo que se corresponde y la reflexión es: “entender lo que hace que hagas algo, hace que tu vida se transforme”. Pero transformar lo que hace que entiendas todo lo que haces, hace emerger esa música que en tu interior nunca antes había sido escuchada. Este fenómeno crítico lo encontramos en poemas como Pellet de cerdo entre las flores, donde el “sacrificio” es un espacio para el “significado”, o en Esfera de fantasía (con escena miniatura de lluvia con sol), que nos expone el “agua de riego” con la que son cultivados los seres humanos en el mundo.
Por último, y el más complejo de los niveles, el simbólico, que guarda entre sus paredes y rejas el sentido profundo de lo que vemos cuando escuchamos la palabra sol, por ejemplo, o el sentimiento que mana en nuestras ramas sanguíneas cuando escuchamos la palabra árbol. El debate sobre el signo y el símbolo en la poesía ha sido nodo crucial para entender la poesía o reinterpretar la poesía escrita en los siglos pasados a partir del visor del siglo XX y su filosofía del lenguaje. De ese modo, el símbolo en la poesía de Adriana es un lugar para “trasmutar” a partir del signo, que ejecuta al modo de una metáfora, para que eso que entendíamos profusamente sobre algo, se esclarezca, se exponga, y al mismo tiempo, deje a la vista el andamiaje que sostiene al mito como
una “verdad” ante los ojos del espectador. En otras palabras, al introducir al espectador en la obra, lo hace ver que lo que parecía ser “una realidad”, no es sino una representación pasmosa de lo que hasta entonces se entendía como vida. Esto lo podemos leer con claridad en el poema Rito de un amor poco inteligente o en Rayar un corazón de agua.
El carácter filosófico pesa. Para Adriana Tafoya, el espíritu es paralelismo del cuerpo. Es una relación directa con la percepción de Spinoza al respecto, y que al mismo tiempo hace reflexionar sobre la denominación del término Hombres, que en inglés es Men (s), y que Mens significa “espíritu”, y cito a Deleuze sobre la filosofía práctica: “La palabra ‘alma’ no se emplea en la Ética (de Spinoza), salvo en raras ocasiones polémicas: Spinoza la sustituye por la palabra mens, ‘espíritu’. Ocurre que ‘alma’, demasiada cargada de prejuicios teológicos, no da cuenta; 1. De la verdadera naturaleza del espíritu, que consiste en un ser una idea, y la idea de algo; 2. De la verdadera relación con el cuerpo, que es precisamente el objeto de esta idea (…) El cuerpo es un modo de la extensión; el espíritu, un modo del pensamiento. Como el individuo posee una esencia, su espíritu está ante todo constituido por lo que es primero en los modos del pensamiento, es decir, por una idea. El espíritu es, pues, la idea del cuerpo correspondiente”.
Si atendemos a este observación, podremos comprender con más claridad, la intención de Tafoya al escribir poemas como La belleza de empollar huevos azules para desteñir de nuevo el cielo y entinte de mar el sol y El derrumbe de las Ofelias, donde pone en entredicho tanto el alma, como la idea de dios para el uso y beneficio de las mujeres. Lo cual nos coloca ante el tema de “qué es lo que puede transgredirse” en este siglo XXI: podemos decir la “emoción” con la que se constituyen nuestra ideas, “utopías”, conjunción
idealista que nos mantiene sujetos a ser lo que somos, porque somos lo que queremos ser; haciendo una paráfrasis de ese verso de Eduardo Galeano, de “somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.
El trabajo crítico en Tafoya es así, no una observación, o una escena pasiva sobre lo que nos rodea de manera críptica, sino una postura activa para desentrañar ese mecanismo que nos condiciona para seguir siendo lo que “fuimos destinados a ser”.
Visto literariamente, lo psicológico, lo social, lo filosófico, sirven para que la poeta pueda articular en una metáfora: que lo que ahora entendemos como humano puede servir para conformar los cimientos de otra especie de ser, o seres. En el poema Los cantos de la ternura desarrolla con claridad fulminante este planteamiento; poema dividido en diez partes, que van del cero para culminar en el nueve. Poema: concepción-engendro. Teoría de la evolución que genera con recursos poéticos de una estética refinada. El poema como una bola de cristal que nos absorbe y nos hace mutar en lo que vemos al entrar en esa metáfora que cuidadosamente fue creada para que vislumbremos el interior de una gota: el secreto que guarda la fórmula de la vida.
La metáfora es el espacio para la metamorfosis. Tal vez en este siglo XXI, no sea suficiente con sentir el madrazo en el estómago. Adriana Tafoya alcanza una poesía que el poeticismo sólo vislumbró, y que Rosario Castellanos, de algún modo, intentó al retratar ácidamente ciertos convencionalismos sociales. No se queda en la poesía de la libertad sexual de las poetas de los 60, o en el grito iniciático del reclamo, ni en un algoritmo de la liberación. La poesía de Adriana Tafoya ejecuta una estética para la trasmutación del ser. Es una herramienta para el que trabaja en construirse a sí mismo y un arma que puede ocupar cualquiera que aún mantenga algo de su vida dentro de la escafandra de la insensibilidad con la que nos esculpe una realidad
ajena.
Cada pieza que compone este poemario es al igual que cada verso, una pieza perfectamente creada. Con el matiz, el color, la sonoridad precisa para que brille por sí misma, y al mismo tiempo embone perfectamente dentro de la totalidad del libro.
La poesía de Tafoya te pone en duda a ti, a mí, y a cualquiera que piense es la excepción a la regla. Hace de la tristeza un ritual para romper la precaria forma del sufrimiento, y empuja a los seres a pensar y hacer, y sobre todo a emprender en peligroso camino de existir.
Poesía necesaria; por supuesto. No como el amanecer. Sino como la noche más oscura en donde si te fijas bien, estás tú, escuchando el sonido de tus pensamientos. Y viendo el amanecer que sólo ven, los que no temen estar vivos.