Tomé, dejando un poco a la suerte, un poco a mi precario sentido de orientación, el camino que, pensé, me llevaría al próximo pueblo. En esas vacaciones no tenía un itinerario al cual adherirme, solamente dejaba al momento y a mi estado de ánimo la decisión del rumbo a seguir. En ese instante no contaba con un medio de transporte que me llevara lo más rápido y cómodo posible, así que observando lo bello del paisaje, decidí recorrer el trayecto a pie, únicamente con unas cuantas indicaciones de la gente del lugar. La ruta estaba bien trazada, la naturaleza respetaba el sendero de tierra no resultando difícil caminar a través de él. Lo que no tomé en cuenta fue la hora de mi partida y estaba mal preparado para pasar la noche a la intemperie, la lógica recomendaba buscar algún sitio en el cual descansar, para reiniciar el viaje por la mañana, pero, no sé por qué razón seguí caminando.
Siendo un hombre enteramente de ciudad no podía calcular el paso de las horas, por lo mismo, no podía saber cuándo saldría la luna para iluminar un poco el camino, ya que en aquel instante no veía siquiera mis manos a un centímetro de mi cara. Sabía que no me encontraba perdido por los arbustos y árboles que franqueaban la ruta, que como guardianes me indicaban, tal vez un poco dolorosamente hacia dónde dirigirme.
Después de un rato de caminar, muy a lo lejos pude ver una pequeña luz, así que me sentí reconfortado, suponía el fin del camino o por lo menos que encontraría a alguien que me ayudara.
Al acercarme pude ver una fogata de tamaño regular, frente a la cual se encontraba una persona sentada, sin moverse, a pesar de que grité en varias ocasiones para llamar su atención. Una vez que lo tuve a unos pasos vi que era un hombre viejo de aspecto raro; las arrugas poblaban su rostro pero en cierto momento llegaban a desaparecer, tal vez por el juego de luces que arrojaban las llamas, aunque no estoy seguro todavía, sus ropas estaban
gastadas, con varias partes rotas, las mangas de su abrigo deshilachadas a la altura de los codos. Su pelo estaba crecido, descuidado. En cualquier momento hubiera pensado que se trataba de un indigente, pero algo tenía distinto, ese brillo en sus ojos no era igual al de los indigentes y mendigos, esa mirada llegaba a ser un pozo negro, no la clásica melancolía, ni la falta de cordura, sino otra cosa.
No giró el rostro para verme, seguía ensimismado con la fogata, no separaba la vista de sus lenguas, de sus ancestrales movimientos, parecía estar leyendo un libro, no sé porque vino a mi memoria una clase dentro de la materia de filosofía, en donde hablábamos de ciertas sectas que consideraban al fuego como un Dios, como un ser vivo el cual les daría toda la sabiduría del mundo, todo el poder y toda la magia para ser considerados también como dioses.
Al cabo de un rato el viejo levantó su rostro, mirándome directo a los ojos, no pude ver otra cosa que su cara, sus profundas arrugas y su mirada, no pronunció una palabra, seguía mirándome sin moverse, sin hacer siquiera un gesto, convirtiendo su expresión en una máscara antigua…
Después todo se borró, tal vez me desmaye, pero cuando recobré el sentido, el rostro del viejo ya no estaba, en su lugar fue apareciendo la misma fogata que él veía, igual que él estoy sentado viéndola, sin poder apartar mis ojos de ella, leyendo su corazón y sus lenguas y también esperando que alguien más pasé por este camino.