Soñó ser una sirena, color azul plata era su cola de pescado, brillaba. Lo curioso era que no yacía en el mar, sino en un acuario estrecho del tamaño de un edificio alto y gris, como las nubes que aquella tarde lo inundaban todo. Inés nadaba en la superficie, estaba triste, pero en paz. De pronto surgió otra sirena luciendo la misma silueta, solo que su pelo apenas le cubría el cuello. Esa aparición quería hacerle daño, la perseguía. Trataba de verle el rostro pero aquella mujer-pez parecía no tener boca ni ojos; comprendió que esa sirena salida de la nada la quería muerta. Intentaba escapar pero resultaba inútil. ¿A dónde ir? La profundidad se presentaba como la única salida, aunque desconocida y tal vez peligrosa. Era eso o la muerte. Estaba a punto de alcanzarla. Rendida, Inés decidió quedarse quieta en el agua, la otra le dio alcance, la rodeó y se colocó frente a ella. Ines la miró y gritó. Había visto su propio rostro, entonces huyó hacia la profundidad.