PERRO NEGRO
Adrián aprieta el paso, ya son las 11:45 p.m. y teme no alcanzar el último metro de la noche, tiene en mente la cara entre iracunda y preocupada que pondrá su mamá al abrir la puerta. Sabe que no debería estar caminando a estas horas por las calles de la zona de Panteones, pero ir hasta la estación de Cuatro Caminos sería más tardado. La Calzada México-Tacuba está bien iluminada pero es más rápido si corta entre calles para llegar a la estación.
Se asoma en una calle oscura, sólo sirve un farol a mitad del trayecto pero más adelante alcanza a ver las luces de la siguiente avenida; parece que no hay nadie por ahí y a estas horas es mejor evitar a las personas. Se decide entonces, se quita los audífonos y los guarda junto con su teléfono y su cartera en la bolsa de su chamarra, toma los tirantes de su mochila para que no se suelte por si tiene que correr. Da unos pasos temeroso de toparse con algún asaltante en la oscuridad, pero empieza a sentirse más seguro mientras se acerca a la luz que está a la mitad del recorrido. Todo está tranquilo, no se escucha ni un ruido. Cuando llega al farol se dice entre dientes “ya casi, ya nada más llego a la avenida”.
Avanza un poco más y de pronto escucha cómo truena y se abre una puerta a su derecha. Esto lo asusta, pero no le da tiempo de reaccionar, mientras en el umbral aparece un señor que a sus ojos aparenta tener muchos años pero con una corpulencia extrañamente fuerte y erguida para su edad, éste saluda a Adrián quien lo mira en silencio e inmóvil: “buenas, joven”; el saludo lo hace salir de su espanto, y sólo alcanza a murmurar: “buenas noches” al mismo tiempo que continúa sus pasos. El señor se queda cerrando la puerta y después emprende su camino hacia la misma dirección, varios pasos atrás.
Adrián va caminando y pensando: “¿será un viejito o vi mal?, se ve muy alto y fuerte para ser viejito, ¿y si está disfrazado?, pero su voz si es de un
señor grande y además me dijo joven, se me hace que vi mal, pero con que no me alcance, si me apuro lo dejo atrás, ya está grande”. Con estas ideas en su mente camina mientras escucha los pasos detrás de él junto con las llaves que el señor lleva en su bolsa y que hacen ruido con cada paso. Se tranquiliza un poco porque el ruido se escucha lejano y la luz amarilla del farol que quedó detrás proyecta sólo su sombra en el piso.
“Ya son las 11:52, me van a cerrar el metro”, recuerda mientras vuelve a apurar sus pasos casi olvidando el susto que acaba de llevarse. Sorprendentemente, comienza a escuchar cómo se acerca el ruido de las llaves y los pasos del señor que según él había dejado muy atrás. Nervioso, camina más rápido, pero aún así los ruidos parecen acercarse aún más. Mientras más acelera, más cerca escucha las llaves y las pisadas cada vez más fuertes y violentas detrás de él. En el piso comienza a ver la silueta de la sombra que proyecta el farol junto a la suya; primero la cabeza y los hombros y poco a poco ve también los brazos y el torso. “Me va a alcanzar, pero ¿cómo?, ya estaba muy atrás”. Entonces se lanza a correr con todas sus fuerzas.
Mientras corre escucha que los pasos que lo seguían se convierten en fuertes pisadas, su vista se nubla y sólo ve luces difusas a la distancia. Cuando mira hacia el suelo la sombra sigue ahí, pero ya no distingue su forma, sólo la ve como una mancha negra que se mueve violentamente casi alcanzándolo. De repente se da cuenta de que ya no está escuchando los pasos ni las llaves, ahora sólo ve la sombra. Siente que su corazón va a explotar, pero no puede dejar de correr. Y por fin llega a la avenida donde está el Panteón Español y más adelante la estación del metro.
Da vuelta en la esquina de un salto y se encuentra con un coche estacionado sobre la banqueta. Aterrado salta el cofre y se tira al suelo para esconderse; en cuanto se tira escucha un golpe en el
auto y levanta la mirada, ve saltar sobre el mismo cofre a un enorme perro negro que con las luces de la avenida parece brillar a pesar de su color. La alarma del coche empieza a sonar y Adrián se levanta de un brinco para seguir corriendo hacia el metro, mientras corre ve el alboroto que el perro va causando, otros perros de la calle comienzan a ladrar y a correr detrás de éste y se pierden de vista en pocos segundos. Mientras corre, Adrián va pensando: “qué tonto, si era un perro”, “el viejito se ha de haber quedado muy atrás y yo corriendo de un perro”, “pero qué bueno”, “¿qué tal que me alcanza?”, “está bien grande”. Aún corriendo pero más tranquilo logra llegar al final de la barda del Panteón que parecía interminable, más adelante se ven las luces de los taxis que hacen sitio afuera de la estación.
Por fin llega a la estación y alcanza a atravesar las puertas que el vigilante estaba por cerrar. “Córrele chavo, acaban de avisar que ya salió el último viaje de Cuatro Caminos, a ver si lo alcanzas”. Ya no hay nadie vigilando en los torniquetes y Adrián aprovecha para saltarlos, baja las escaleras a toda velocidad; piensa: “se me va a armar con mi mamá”. Ve el pasillo que lleva a Dirección Taxqueña y se siente casi salvado. Se sorprende al encontrar los vagones del metro ya en el andén que comienzan a avisar el cierre de las puertas. Fija la mirada en la puerta más cercana de un vagón y sacando fuerzas del estrés corre como hace unos minutos.
Al cruzar el anden nota una figura conocida a su izquierda; por la inercia de sus pasos no se detiene y logra llegar al vagón pensando: “¡El perro! ¡es el perro!”; al darse vuelta se encuentra parado afuera y frente a él al señor de unas calles atrás quien mirándolo con una sonrisa burlona le dice: “te gané muchacho, casi no llegas”. Adrián suelta un grito ahogado y salta hacia atrás cayendo sobre su espalda sobre su mochila y sin poder quitar
la vista de la puerta. El señor lo mira y avanza hacia él, pero cuando intenta poner un pie dentro del vagón las puertas se cierran y lo hacen retroceder con un salto terroríficamente ágil para su aparente edad. Sin dejar de verlo el señor le sonríe y da la media vuelta mientras el metro comienza a avanzar. El vigilante que viene a retirar a las personas del andén ve a un perro negro correr sobre las vías detrás del tren, ambos se pierden en la oscuridad.
Al llegar a la siguiente estación una pareja entra al vagón y se topa con el perro que los mira amistosamente mientras sale. La chica lo acaricia y le dice: “¿Qué pasó amigo? ¿Ya llegando del trabajo?” Los dos se ríen mientras el perro se aleja; toman asiento y mirando el vagón vacío el chico dice “qué suerte, alcanzamos el último de la noche”.