“Que de los bosques emergen cosas increíbles que la naturaleza bautiza como milagros…pero que los hombres tontos e insensibles tachan de blasfemias execrables… ¿Puedes tú comprender la belleza de la bestia? ¿Puedes tú ver mas allá de la sangre, comprender la tristeza que conlleva nacer de las sombras?”
Maximiliano era un músico maduro y experto en su arte, en contraste con su corta edad y poca experiencia en la vida; de mirada pura y esbelta figura, con nada de valor más que su violín y su genialidad.
Permaneció errante durante la mayor parte de su vida, pues aún con su gran talento, ojos hermosos y sinceros, causaba en la gente una extraña y quizás irracional repulsión cuando le veían aparecer, posiblemente por su extraño semblante que denotaba en sí un gran parecido con un animal. Sin embargo, aquellos que se guardaban de su presencia, podían escuchar desde sus casas las hermosas melodías que ejecutaba en las plazuelas y calles principales. Los juglares, y algunos otros artistas parecían ser su única compañía. Ciertamente, sus piezas eran hermosas…cuando no lo veían tocarlas.
Se decían muchas historias acerca del joven músico. Algunos aseguraban que venía de las partes más profundas del Bosque de la Muerte del cual, se contaban una infinidad de historias y leyendas ancestrales de horrores indecibles. Otros artistas, celosos del genio del músico, decían que había hecho un pacto con los espíritus del Inframundo para poder tocar piezas de tan notable dificultad y belleza, misma que tachaban de demoníaca.
Maximiliano era repudiado. Y él lo sabía. Por ello, erraba de pueblo en pueblo. Algunos le temían porque decían que estaba relacionado con la masacre del pueblo de La Torquemada, en la cual muchas personas habían muerto persiguiendo a un animal salvaje que asolaba a los habitantes. Se escucharon los lamentos de los pobres cazadores, pero nadie acudió en su auxilio. Por supuesto, esta hipótesis era
sustentada en la aparente afinidad del chico con los animales. Un dato muy curioso era que nunca le veían aparecer durante los ciclos de Luna Llena.
Hubo un tiempo en que nada se supo del muchacho hasta pasadas tres fases lunares y la gente no pudo más que alegrarse. Fue entonces cuando hizo su aparición en público una vez más. Había estado trabajando en una nueva composición y estaba listo para ejecutarla. Era una noche bulliciosa y la gente comerciaba en las plazas, así que quisieran o no, lo escucharían tocar en vivo. Entonces, comenzó a entonar la melodía: al principio era una pieza suave, dulce, muy romántica y de gran belleza.
Reflejaba una tristeza tan profunda que conmovía los corazones de quienes la escuchaban.
Pero poco a poco, la pieza progresaba en un vaivén de sensaciones; la velocidad de ejecución era cada vez mayor, con movimientos rápidos y vivos que transmitían desesperación y daban muestra de un virtuosismo sin igual, para después caer de nueva cuenta en la dulzura y suavidad del comienzo. Por un momento, pareció desaparecer el rechazo que la gente sentía hacia el muchacho.
Pero Maximiliano había perdido la noción del tiempo durante su aislamiento. No se había dado cuenta de que esa noche la Luna se llenaba completamente. Mientras su pieza progresaba al punto del éxtasis, ante los ojos de los presentes, el músico empezó a sufrir una extraña transformación.
Mientras la velocidad de la pieza era mayor, su cuerpo se cubría de pelo, sus manos y pies tomaban la forma de garras, su rostro se deformaba en un horrible rostro que iba cambiando de humano a lobo. Y cuando concluyó su obra maestra, Maximiliano ya no era un hombre. El horror y el espanto se apoderaron de las almas a su alrededor que lo miraban aterrorizadas.
El joven músico, dándose cuenta de su suerte y sorprendido de su propio descuido, corrió hacia los bosques como un animal acechado. Una turba de aldeanos enfurecidos le dió casería.
Lo cierto es que jamás se le volvió a ver por los alrededores, así como también es muy cierto que sus perseguidores jamás regresaron a sus casas. Entre los gritos de terror escuchados allá, en la profundidad del bosque, pudo oírse la nota final del réquiem maldito acompañado por el lastimero aullido de un lobo.