Ahí, justo donde está ese lujoso hotel, era mi casa. Me encantaba. Había un gran desorden y basura por todos lados. Podías encontrar todo tipo de cosas en el suelo: latas de atún, botes de cerveza y refresco, pañales llenos de excremento, hasta jeringas recién usadas por algunos de mis vecinos ocasionales. ¡Era maravilloso!
Ahí vivía con mi madre, hasta que murió atropellada por un microbús. Me quedé solo, pero conforme pasó el tiempo me fui haciendo de muchos amigos. A unos los invité a irse a vivir conmigo. Otros llegaron por su propia voluntad. Los dejé quedarse. Después de todo, pensaba, hay que estar unidos entre nosotros para poder sobrevivir. Llegamos a ser más de quince pero, desgraciadamente, de nada nos sirvió ser tantos.
Hace más o menos un año, cuando regresábamos de nuestro acostumbrado paseo matutino, unos hombres que nunca habíamos visto estaban en mi casa. No nos permitieron dar ni un paso adentro, nos aventaron piedras y nos amenazaron con unos palos. Lloré y supliqué para que nos dejaran entrar pero su reacción fue la misma.
Al igual que mis amigos, me rehusé a irme y tratamos de recuperar nuestro territorio cuantas veces nos fue posible. Una noche, cuando solo se quedaron algunos de los invasores, entramos sigilosamente. Una vez que los tuvimos de frente, les pedimos civilizadamente que se fueran. Les hicimos ver que nos estaban dejando sin hogar y que no tenían derecho a hacerlo. No nos entendieron, o más bien no quisieron entendernos. Nos volvieron a atacar con sus piedras y palos hasta que lograron sacarnos.
Durante los siguientes días seguimos intentando entrar varias veces, pero mis amigos se cansaron y poco a poco se fueron yendo. Yo fui el último en darse por vencido, obviamente, ese lugar era mío, ahí nací, ahí crecí, ahí quería morir, en la tranquilidad de la inmundicia.
Dos meses después de haberme rendido, un par de hombres muy amables me recogieron de la calle durante una noche de fuertes
lluvias.
No me gusta el lugar al que me han traído. Sí, me tratan muy bien, pero extraño mi vida anterior. Quisiera poder salir corriendo de aquí y buscar la forma de recuperar mi hogar, pero sé que eso es imposible. Probablemente aquí me quede el resto de mi vida, aunque día tras día lo único que haga sea ver tras esa ventana y observar, llorar y añorar.