—Mamá... ¿me cuentas un cuento? —preguntó el pequeño Kosie mientras su madre lo arropaba para dormir. Namikié sonrió al ver la cara inocente de su hijo al hacer aquella petición.
—En el bosque de la sierra vivía un venado temazate —comenzó con el relato—, un animal muy bello, era amistoso y seguido iba al pueblo para ayudar a la gente, en verdad era mágico, todos lo querían pues, con sus poderes, ayudaba a los campesinos a cuidar la milpa de los ladrones y de otros animales que querían llevarse el maíz. La misión del venado era proteger el pueblo y a su gente y ver que todos vivieran en armonía, un día... —la historia siguió, pero el niño no pudo escuchar el resto pues se había quedado dormido.
El pequeño Kosie de siete años, vivía en un jacal con sus jóvenes padres en las orillas de Eloxochitlán de Flores Magón, un pueblo del estado de Oaxaca Su familia era mazateca, todos campesinos. Son llamados gente de una misma casa, de un mismo techo, de un mismo idioma y de un mismo pensamiento.
Kosie iba a la escuela, estaba aprendiendo a leer y escribir. Después de clases tenía que ayudar a su padre a cuidar la milpa. El dinero era poco así que sólo contaban con tres mudas de ropa y un par de guaraches para cada uno, lo que obtenían por la cosecha lo usaban para comer. Kosie tenía un solo cuaderno y un lápiz para hacer la tarea. Todas las noches su mamá le contaba historias fantásticas sobre los animales de la región, le gustaban mucho: jaguares, monos, venados, pericos, relatos que iban pasando de boca en boca y algunos inventados por ella misma, era una gran contadora de historias.
Un día la madre de Kosie desapareció.
—Papá... ¿dónde está mamá? —preguntó el niño al descubrir que mamá no se encontraba en casa.
—Hijo, tu madre, fue a hacer un encargo muy especial, no tardará mucho en volver.
—¿Cuánto, papá?
—Serán unos días.
Pasaron un par de semanas. El niño se
sentía muy triste, extrañaba a su madre y sus historias. Sentía un gran deseo de ir a buscarla, pero no sabía cómo, ni dónde. Hacía preguntas recurrentes a su padre quien sólo le daba la misma respuesta una y otra vez:
—Ya no tarda mamá, debes ser paciente, hijo.
El tiempo transcurría lento. Kosie se sentía solo. Todos los días al regresar a casa se sentaba en la entrada a esperarla. Un día estaba parado jugando con una vara cuando pudo ver una figura que se asomaba entre los matorrales, era un venado. Al principio creyó que se trataba de su imaginación, pero después de u
n rato, la imagen del ciervo permanecía. Un lindo venado temazate, como el del cuento, estaba comiendo pasto. Kosie caminó hacia él, quería verlo de cerca. El animal levantó las orejas al escuchar sus pasos y corrió.
Desde ese día mientras Kosie esperaba en la puerta, el venado aparecía, pastaba mientras el niño lo veía a la distancia, haciéndole compañía. Kosie quería acercarse para tocarlo, pero cada vez que lo intentaba el animal salía huyendo. Era muy lindo, ¿cómo no querer acariciarlo? Una noche el niño tuvo un sueño, en el que aparecía su madre acariciando al temazate afuera de casa:
—¿Por qué te fuiste, mamá? ¿Ya no me quieres? —preguntó el pequeño.
—No pienses eso, hijo mío —respondió Namikié—. Algunas personas somos especiales y al igual que las criaturas del bosque tenemos misiones muy importantes que cumplir. No olvides que eres mi adoración. Siempre te estoy cuidando, aunque no puedas verme, nunca me alejaré de ti.
La dulce madre tomó el rostro de Kosie entre sus manos, se agachó para darle un beso en la frente, al tiempo que el pequeño despertó.
Había un niño más grande que él que lo molestaba en la escuela, era hijo de un terrateniente del municipio, obeso, siempre bien vestido, llevaba consigo una mochila de piel. Kosie al ser un chico tímido y muy callado, era objeto de las burlas del
aquel maleducado. Se reía de él por ser indígena. Un día el gordo lo siguió al salir de la escuela, lo jaló del brazo, tiró su cuaderno al suelo y rompió su lápiz.
—Tú no debes estar aquí, ni siquiera tienes zapatos. Tu lugar es el campo. ¡Lárgate! —dijo el niño obeso de forma déspota y se marchó. Kosie levantó y sacudió su cuaderno que se ensució con el camino de terracería y se fue apenado a casa.
Se sentó en la entrada como todos los días a esperar. Kosie lloraba en silencio, frotando sus ojos con sus manitas para secar sus lágrimas. Entonces vio que el venadito apareció entre los matorrales. Con movimientos lentos se puso de pie para intentar acercase, el temazate no se inmutó, se encontraba muy quieto, parecía observar al niño. Kosie extendió su brazo lentamente intentando tocar el hocico del animal inmóvil. Ambos se miraron en completo silencio, el niño parpadeó y creyó ver que el venado le sonreía. Un poco más cerca, ya casi. Un disparo cortó el aire, Kosie se cubrió los oídos asustado por el ruido, el venado se desplomó fulminado como si un rayo hubiera caído sobre él. Kosie se limpió el rostro salpicado por la sangre del animal, al mirar el cuerpo tieso, se inclinó y sentado en el piso, lo acarició.
—¡Mamá!