Ya le habían advertido: “Suplantar a un ser humano no es cosa sencilla, te vas a hartar y arrepentir antes de que siquiera sepas todo lo que implica”.
Bueno, él había soportado más de lo que todos esperaban, más que cualquiera de los pocos que lo habían intentado antes, pero aun así estaba cansado, asqueado, abrumado por aquella tediosa tarea. Por eso había decidido regresar.
Muchas preocupaciones pasaban por su mente mientras quitaba los montones y montones de objetos que él mismo había colocado para bloquear la puerta: ¿Qué tal si no me reconocen? ¿Y si me han dado por muerto? ¿Y si él ya se ha acostumbrado al otro lado y no quiere regresar? ¿Y si, peor aún, ya ha desaparecido, en cuyo caso yo tendría, como marca el contrato, que quedarme aquí permanentemente? ¿Y si... ?
Pero estaba decidido a retomar su lugar a como diera costa, y nada ni nadie se atrevería a llevarle la contraria. Si acaso, le darían consejos para intentar convencerlo, pero nada más; nadie osaría actuar en su contra, nadie jamás lo había hecho, todos sabían lo que les convenía, todos... todos excepto él... De repente sentía que perdía la esperanza: si él se oponía y pasaba lo que tenía que pasar, tendría que permanecer de este lado para siempre, así estaba estipulado... “¡Pero qué va!” pensó “Si tengo que torcer las reglas para quedarme, lo haré; no sería el primer regente que lo hace. Y si no quieren reconocer mi puesto, ¡que intenten detenerme!”
Y así transcurrieron sus pensamientos hasta que quitó la última caja, sacó los clavos que sujetaban las tablas, desprendió la cinta adhesiva del marco de la puerta, giro la manija y empujó:
Vacío.
El otro lado había desaparecido, dejando únicamente vacío. La confusión lo desbordó, pero entonces recordó: ¿Qué no había sido su capricho desaparecer el otro lado?... Estaba tan harto de su mundo que había decidido disiparlo... Había elegido vivir en la Tierra... Sí,