El sueño es el deseo, el deseo es el hada y el hada es la entrada.
El sueño nos revela algo de nuestra íntima propiedad: un lazo olvidado, una memoria perdida y una fuerza para reclamarla y revivirla que somos incapaces de traer al despertar y que olvidaremos durante el día.
El deseo de un paisaje que de noche la intuición adivina tras las cortinas de las habitaciones solitarias, las ruinas de un jardín siempre verde tras las murallas de hiedra, un reino detrás de cualquier montaña, una isla más allá del mar.
El hada es joven pese a ser antigua; es pura como la plata, es hermosa y observa triste sus dedos hacer música con el agua de un gran charco que la refleja junto con la luna, y haciendo música espera. En la noche, antes de dormir, tras pensar en la penumbra, el recuerdo del sueño regresa; todos los que han soñado dudan entonces y algunos se avergüenzan de las certezas de la noche; otros sonríen y vuelven a dormir; algunos lloran antes, pero uno hay que corrió a asomarse tras las cortinas.
Un día, al ver un muro cubierto de hiedra, volvió a recordar el sueño; miró el muro con melancolía, lo recorrió hasta una reja abierta y entró para ver qué había detrás. Ahí vió a otro hombre mirando el muro con melancolía.
- Es como si guardara un lugar al que no se puede llegar- Dijo el otro hombre.
Comenzaron a platicar a cuentagotas del muro y de una misteriosa entrada. Por un momento, cada uno sintió celos de no ser el dueño total del sueño, pero la coincidencia fue tan grande, que también se regocijaron de poder compartir con alguien los deseos y las frustraciones; hablaron de sus sueños y en una taberna pensaron que tal vez los sueños del otro eran la prueba tangible de la existencia de aquel mundo... y se hicieron amigos.
La amistad convirtió en palabras lo que eran sueños, y comenzaron a encontrar detalles en común sobre el jardín donde habitaba su hada. Hicieron dibujos que uno empezaba y el otro terminaba
como armando un rompecabezas que ninguno tenía completo. Hicieron un modelo a escala del jardín, cada quien podía modelarlo como lo sintiera más conveniente; si uno quería cambiar lo que había hecho el otro, no necesitaba preguntar y el resultado siempre resultaba mejor.
Pero acordaron que habrían dos cosas sagradas que una promesa mutua les impediría tocar sin el permiso del otro: un espacio vacío en el muro de hiedra, una entrada al jardín; y el Hada.
Terminada la escultura, dejaron de soñar al Hada y ahora sólo soñaban las murallas del jardín, un valle escondido donde éste se encontraba, árboles, criaturas entre las sombras pero jamás la entrada. ¿Cómo llegar ahí? Debían buscar un lugar que fuera parte de este mundo pero que también hubieran visto en sus sueños. Viajes, libros: nada. Un día encontraron una foto que mostraba los restos de una vieja construcción cubierta de maleza en la parte final de un valle. Investigaron la ubicación del lugar, se hicieron a la mar rumbo a una isla con altas montañas nubladas, las cuales cruzaron. Llegaron a un valle que al final escondía una ruina recubierta de hiedra de grandes hojas, casi negras. Sin embargo, el lugar no era tan parecido a la escultura, en todo caso se asemejaba a los restos de su jardín.
Buscaron un espacio entre las paredes devoradas por el bosque, dentro había el despojo de una fuente cubierta por líquenes y arbustos. Ahí pusieron la escultura del jardín, esperaron el crepúsculo, gritaron nombres, tomaron fotos, y cuando no supieron qué más hacer, acamparon y durmieron.
En el sueño estaban de nuevo frente a las murallas, cada quien por su lado. Caminaron uno a la derecha y otro a la izquierda, y después de doblar una esquina cada uno vió al otro en su sueño.
Lucían diferentes, pero eran los mismos. Se acercaron y ahí donde se reunieron sus pies encontraron un charco que con el sonido de intermitentes goteos contenía una triste melodía. Voltearon y
donde había muralla ahora se erguía una arcada; debajo un largo estanque que reflejaba la luna y una dama que atrapaba igual con sus ojos que con sus alas la luz del cielo, suspendida entre la arcada y el agua.
- Sólo de uno he de ser - Dijo apenada.
Ambos cruzaron el estanque. Cuando sus manos tocaron la suavidad de su cuerpo tibio y luminoso, puro y suave, ella los miró con renovada tristeza y se volvió de plata. Una puerta de plata, una puerta cerrada.