- ¿Has jugado a la muerte?- preguntó Ángel, mientras yo estaba sobre mi catre tratando de fumar una bacha de mota.
- No, ¿qué es eso?
- Mira, ven, te enseñaré.
Entonces salió del cuarto indicándome que lo siguiera. Subimos las escaleras de caracol oxidadas y abriendo otra puerta, me dijo que pasara.
- Muy bien, ahora, debes saber que para jugar esto no debes estar borracho o drogado, si no, el juego pierde todo su chiste. Realmente he invitado a pocas personas a jugar conmigo, pero creo que tú eres diferente, eres más como yo, tus pretensiones nunca podrán rebasar tus verdaderas virtudes.
Entonces se dio la vuelta y hurgó en un cajón del ropero. Me miró y sonrió, en las manos tenía una pistola.
- Te advierto que sólo hay una forma de ganar. Yo nunca pierdo, además juego diario.
Cargó la pistola y me la dio, aguantándose la risa me dijo que le apuntara, que lo mirara a los ojos y lo tratara de matar.
- ¿Estás loco? No seas güey, no quiero que se me escape el tiro. - respondí.
- No importa, tú apúntame, si se te escapa el tiro o me quieres matar, pues poco importara, porque ya estaré muerto. Ahora ven y dispara.
- No lo voy a hacer, estás pendejo.
Él seguía con su sonrisa de sadismo inteligente, tomó la pistola sosteniéndola en mi mano y me hizo apuntarle al pecho. Me miró de frente:
- ¡Vamos! ¡Ahora, dispara!
El grito a todo pulmón me espantó, y por un momento creí jalar el gatillo. Él comenzó a gritarme más, “dispara”, decía, y mis manos sudorosas temblaban por el miedo de llegar a hacerlo. Sus gritos empezaron a ser insoportables:
-¡Dispara pendejo! ¡Es fácil, no seas güey! – decía, mientras se separaba de mí caminando de espaldas hacia el ropero.
- ¡Cállate! No voy a hacerlo, no quiero hacerlo.
- No seas un pendejo indeciso, mírate, me das risa: me apuntas con una pistola y no te atreves a disparar. ¡Vamos dispara!
Quería que se callara, que me dejara en paz. Su
risa burlona y sus gritos me sacaban de quicio, él debía callarse de no querer que yo lo callara.
- ¡Cállate! – Y la pistola tronó cuando la bala desprendida hizo un hueco en el ropero. Ángel se había agachado, me miró y comenzó a burlarse de una manera que más parecía convulsión, que risa.
- Pero mírate la cara de asustado que tienes. Que bueno que tienes mala puntería, eres un cabrón, por poco y me matas. Muy bien, bien hecho, has pasado la primera prueba. Ni siquiera cerraste los ojos, la mayoría se orinan cuando ven la pistola y tú en cambio, no sólo me apuntaste, sino que disparaste. ¡Bravo! Hoy has descubierto tus ansias de matar. Ahora, me toca a mí. . .