Fue mi sobrino el más pequeño quien lo vio. Estos promotores ya no saben que inventar. Algo sé de la crisis del mundo editorial pero, ¿llegar disfrazado y a caballo...?
—Quiero la bola de cristal que sólo ve el pasado.
—No sea payaso— le contestó.
—Es que no conoce a mi esposa, en verdad necesito el artefacto. Pago en especie, estos frijolitos puede sembrarlos en su jardín y...
—Consigo la gallina de los huevos de oro. ¿No?
Aquél miraba a mi sobrino de seis años, como pensando: “este hombrecillo es raro”.
—Bueno, si los vegetales no le apetecen, con este espejo podrá usted espiar a quien se le...
—Sígale ¿eh?, aquí es librería, no circo.
—Esta bien, ya comprendo joven mozárabe. Pero será mi última oferta: un auténtico huevo de Fénix. Ya no quedan muchos. Incluye documentación en regla, dos años de tenencia adelantada y un cupón de descuento para las clases de manejo. Mire los sellos reales, garantía valida en todos los dominios del emperador Ashok.
—Nuestro libro más barato cuesta veinte pesos.
El hombrecillo, algo confundido, montó veloz y partió a trote ligero, enfilando rectamente hacia el árbol de la esquina y sí; lo cruzó cual si fuera de aire, desapareciendo sin permitirme alcanzarlo.
Mi sobrino, previsor del regaño que ameritaba su descortesía, adelantó explicaciones:
—No traía dinero.