–Escucho caer la lluvia. Una suave llovizna. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? ¿Cuánto sentada en este rincón? Tal vez una hora, un día, una semana… ¡no sé! ¿Tú lo sabes… mi pequeño?– Jessica rió divertida, llevándose las manos al pecho, las estrujó nerviosamente y después las observó.
–¡Mis manos! ¡Mis manos frías y blancas… parecieran brillar! Tengo frío ¿tu tienes frío?... ¡¡¡Contesta!!! –gritó.
–Tan quieto ahí, inmóvil. Recuerdo ese día que tu padre se largó. Tu llorabas y lo llamabas. ¿Por qué no lloras ahora, por qué no me llamas?
¡Soy tu madre y no te abandonaré!; si tan sólo te hubieras portado bien, no habría tenido que atarte a tu silla. Debes tener hambre, yo también. El refrigerador está vacío y todo es oscuro.
–¡Maldita lluvia, ya me tiene harta! ¡Escucho voces…! Diles que se callen, ¡que se callen!... por favor. ¡¿Por qué se hace el cuarto tan pequeño?! ¿Qué es esto?, ¡¿qué le pasa a mis manos?! ¡la carne se me cae, veo mis huesos!– la madre desesperada corre hacia la silla y sacude a su hijo. La cabeza del niño, sin fuerza, se va hacia atrás y queda colgando con los ojos abiertos, mirándola. Desde el fondo de esos pequeños ojos, un destello de cordura golpeó la conciencia de Jessica.
–¿Gabriel?... ¿Gabo? ¿Hijo?... ¿Qué tienes? ¿Qué te pasa?....No te preocupes, todo estará bien, yo voy a cuidarte. Te quitaré estas cuerdas y todo estará bien. Te sacaré de esta silla. Te llevaré lejos y todo estará bien. Estás tan delgado, pesas tan poco.
–¿Hace cuánto que no te cargaba? Siento tus huesos. Estás tan frío. No tengas miedo, recuerda que soy tu madre. Nunca te abandonaré, cuidaré de tí, porque te amo.– Jessica llevó a su hijo en brazos hasta la bañera. El aspecto de ambos daba lástima de verse: sucios y descuidados; sus cabellos estaban tiesos y enredados, tenían costras de mugre y el pobre Gabriel, incapacitado para levantarse de la silla
tenia bajo de sí, literalmente una letrina. Todo el departamento estaba hecho una ruina. El ambiente era insano y el aire estaba muy viciado. El olor a orines y excremento era insoportable. Los trastos amontonados conservaban residuos de comida enmohecida hacía semanas, todo estaba en desorden y el polvo lo cubría.
Jessica abrió las llaves de la regadera y comenzó a desnudar a su hijo, lavando las heridas que las cuerdas le habían abierto en la carne.
–Estas mas delgado de lo que creí, casi no te reconozco. ¿En verdad eres mi hijo?... ¡¿Qué es ésto Gabriel?! ¡¡¿Gusanos?!! ¡¿Por qué tienes gusanos?! ¡malditos gusanos! ¿qué le hacen a mi hijo?, ¡déjenlo! Te los quitaré Gabriel!– arrancando los gusanos de la carne, ésta se desprendió explotando en una oleada de dolor que despertó los sentidos adormecidos de Gabriel. Jessica sujetó a su hijo, que en convulsiones de desesperación trataba de liberarse. Bañados en sangre, cuando Gabriel dejó de moverse, esperaron bajo el chorro de agua a que llegara la noche. Ella lloraba con suspiros entrecortados y él, ya agotado el último vestigio de su resistencia; al respirar producía un silbido agudo y gutural, que parecía subirle desde el pecho.
–Te llevaré a la cama, te arroparé y te cubriré del frío. Si; así Gabriel, ¿ves? todo está bien ahora. Saldré a la calle y compraré leche, tú serás bueno y tu padre volverá a casa, como siempre ha sido… y todo estará bien.
Tomó un abrigo viejo con el que tropezó frente a la puerta de salida y deambuló por las calles semidesiertas de la ciudad en plena madrugada. Avanzó casi como un autómata hasta quedarse dormida sobre una banca en el parque de la ciudad. El frío de las ultimas horas de la noche no le permitió conciliar un sueño placentero y así, casi en vela, regresó instintivamente a su hogar. Sintió una mano ruda rodeándole el brazo. Quiso gritar pero descubrió que no tenía fuerzas, apenas y podía
mantenerse en pie; hacía tiempo que ella misma no había comido. Llamó con una voz apagada a Gabriel, no se resistió al arresto, la cabeza le daba vueltas. Tiempo después lo recordaría todo como un sueño confuso: luces rojas y azules, gritos, injurias, la imposibilidad para volver al lado de su hijo. Si, su hijo: lo único cierto, la única verdad a la que podía aferrarse… el estaba durmiendo en su cama, tendría hambre y la estaba esperando.
La denuncia había sido hecha por una vecina, quejándose de pestilencia cuya fuente indudablemente era el departamento tres, del cual hacia días nadie veía a la propietaria. Hoy Jessica esta en una habitación blanca, incapacitada para hacerse más daño. Se encontró al niño en estado de putrefacción, se cree que llevaba más de una semana muerto. Pero ella todavía habla con él:
–Gabriel… hijo, ¡¿por qué no dejas de llorar?! Yo… aún escucho caer la lluvia…