Huyes. Hasta que se te olvida que lo estás haciendo. Te dejas llevar por la sensación de saber hacia dónde te diriges. Como si regresaras a casa. Casi sientes tranquilidad. Hasta que descubres tu destino. Has estado aquí antes. Incontables veces. Atrapado. La casa que se encuentra frente a ti es siempre el final de la pesadilla. Resbalas desorientado. Tus piernas tratan de alejarte de ahí. Pero entonces te das cuenta de que en esta ocasión no has llegado como prisionero.
En el fondo de tu memoria deambulan otros recuerdos. La sensación de que también hubieron tiempos felices aquí. Tiempos ingenuos. Cuando aún no aprendías a tener miedo. Los recuerdos que unen esa época con el presente son vagos. Huir. Esconderte. Ser torturado. Presenciar escenas horribles. Una y otra y otra vez. No sabes cuándo. Ni por qué. Pero bien que recuerdas cómo. Recuerdas los enormes ojos. Las herramientas. Las prisiones de cristal. Los cuerpos abiertos y alfileteados. Fuiste atravesado y descuartizado. Muchas veces aún estando vivo. Lo único que te hace quedarte es la sed de venganza.
Puedes ver la luz encendida de su estudio. Puedes imaginar hasta su postura en estos momentos. El libro que reposa a su lado. Su libreta de apuntes. Sus notas. Las letras en tu memoria son sólo borrones ininteligibles. Pero te llenan de rabia. Rabia. Una nueva chispa te mueve. Fluyes con las sombras. Como sombra. Sigues sintiendo tus entrañas revueltas. Haces un esfuerzo por ignorarlas. Atraviesas el muro. Recorres las habitaciones. No te cuidas de guardar silencio. Sin embargo lo haces.
Te detienes en la entrada del cuarto. Todo es justo como previste. Los estantes llenos de libros. Los anaqueles plagados de frascos. Pequeñas vitrinas. Los frágiles cuerpecillos sostenidos con alfileres. Recuerdas vagamente los últimos años. Todo lo que viste y viviste. Todo lo que te llenó de odio contra sus investigaciones. Contra él. Contra todo. ¿Odio o desesperación y anhelo de alivio?
Dudas. Algo en todo esto te causa nostalgia. Te sientes en casa. No. Él deja de escribir. Ha sentido tu presencia. Debes actuar rápido. Sacudes tu mente. Te precipitas. Lo embistes. Él deja escapar un gemido. Dos mentes colapsan en una contradicción. Recuerdas.
Te ves en un contenedor. En una de las repisas. En varios. Recuerdas las garras. Los instrumentos. ¿Los de él? Los tuyos. Pero también estaban los otros. Te explicaron. Te torturaron. Te persiguieron. Te mostraron. Te usaron. Eres su herramienta. Eres su mano. El enviado. El asesino. El títere. Eres su sombra. La de él. Eres él. Eres su obra. Un fragmento secuestrado. Sientes miedo. Quieres detenerte. No puedes. Demasiado tarde. Miras tu mano ensangrentada. Su cuerpo —tu cuerpo— cae secamente. Has cumplido. Has perdido. Cientos de pares de ojos son testigos desde sus pequeños recipientes. Indiferentes.
Retrocedes mientras te desvaneces. Ya no tiene sentido tu existencia. Redención forzada. Venganza autoinflingida. El trabajo está hecho. Los otros podrán dormir tranquilos esta noche.
Si tuvieras otra oportunidad...