“Estás perdido en el laberinto de los laberintos. La salida vislumbrarás al llegar al vientre de la tierra, donde los dragones deambulan. Te han de devorar para encontrar la paz”. Unos bajaban en tanto otros subían por las escaleras eléctricas. Eran más los primeros. Entre los que descendían, algunos intentaban ganar tiempo bajando por cuenta propia. Hubo partes en las que algunos cerraban el paso e irremediablemente, el tiempo ahorrado por los ventajosos había de perderse en la espera de que los delanteros llegasen primero. Estos, a su vez, esperaban conchudamente el arribo de su escalón al suelo. Nadie usaba las escaleras convencionales. Había un tren detenido. Varios corrieron para abordarlo. Él se burló de ellos cerrándoles las puertas y huyó a la siguiente estación. Los burlados maldecían para sí mismos. Alguno masculló un insulto. Una señora reprendió a su hija culpándola por perderlo. Los andenes de la estación se veían un tanto solitarios. Había pocos usuarios en ellos, unos cuantos más del lado contrario, donde aún no llegaba el tren. Eran mierda de la misma tripa. Una niña descalza y desaliñada tocaba el acordeón junto a su hermano más pequeño y con la misma facha. El niño jugaba con el mugriento vaso de plástico que tenía entre las manos. Se oyó un sonido lejano. Era el correr de llantas sobre los rieles. Después se sintió una corriente de aire frío proveniente del interior del túnel. Se acercaba el tren. En el piso, casi al borde del andén, una línea amarilla trazaba el límite de seguridad. Delante de ésta, algunos anuncios recalcaban el asunto. Pero el andar de los pasajeros, aunado al tiempo, los volvió casi ilegibles. Aquel vago sonido se transformó en un rugido al entrar al andén. Este se tragó el golpe como de un bulto que lo impactó. El rugido del tren se convirtió en un lastimero chillido. Dentro de los vagones, los pasajeros fueron lanzados al frente. Se detuvo en
seco. Los frenos de emergencia fueron inútiles para entonces. El cuerpo del suicida yacía debajo, entre las llantas. Atónitos, la niña del acordeón y su pequeño hermano miraban la escena. Hubo un silencio colectivo. Algunos corrieron para acercarse y curiosear mejor. El resto permaneció pávido en su lugar, presenciando distantes la tragedia. El trío de adolescentes situados frente al muerto podían ver asomar su cabeza y el charco de sangre formándose entorno a ella. En la cabina del tren, tibios orines corrían por las piernas de una conductora que lograba oír, petrificada, el incremento de las murmuraciones. *** Pagó su pasaje, recibió su boleto y pasó a ocupar uno de los asientos en la parte delantera, junto al pasillo. Era medio día. Hacía calor seco. El sol que entraba por la ventanilla le daba directo. Las personas terminaron de abordar y el trolebús inició su ruta. Andaba lento y hacía paradas continuas. Fue constantemente sorprendido por semáforos en rojo. Hacía dos días que no se rasuraba. Lucía pálido y ojeroso. Tras varias cuadras, el vehículo iba a más de la mitad de su capacidad. Muchos viajaron de pie. El ambiente era sofocante. Un rocío de sudor humedecía su rostro. Los párpados le pesaban. Cerró los ojos. Apenas lo hizo, el trolebús frenó de improviso. Los pasajeros fueron impulsados al frente y volvieron a ser echados atrás. Una joven cayó sentada sobre las piernas del hombre. Esta se levantó de prisa y con un gesto se disculpó. Fue correspondida con una mueca. En el transcurso del camino la mujer no pudo dejar de pensar en él. Cuando tuvo la oportunidad de sentarse lo hizo sin perderlo de vista. Sacó una pluma y un pequeño cuadernillo de su bolso. A continuación escribió una nota que arrancó del resorte y dobló dos veces por la mitad. Guardó la pluma y el cuadernillo. La nota la dejó fuera, resguardada en su mano. Una y otra cuadra quedaron en el camino. El trolebús se vació en el
transcurso de su ruta. El sol continuaba implacable. Él no volvió a conciliar el sueño. La joven se puso de pie, caminó a la puerta de descenso y tocó el timbre. El trolebús se detuvo en la siguiente parada y abrió sus puertas. Ella corrió a la parte delantera y a su paso dejó la nota sobre las piernas de él. Bajó por la puerta de ascenso. Él la miró alejarse por el cristal mientras el trolebús retomaba su marcha. Desdobló el papel y leyó la nota. *** Fue una tarde de lluvia cuando Casandra recibió el don de la clarividencia. Nubes rabiosas hurtaron la luz a temprana hora. El cielo cimbró por varios minutos hasta caer un aguacero. La temperatura había descendido, sin embargo, su lecho ardía. Retozaba extasiada por los placeres carnales. Se sentía acalorada. Su amante estaba apunto de desbordarse. El golpear de la lluvia contra la ventana empañada acallaba sus respiraciones y los gemidos. Experimentaba un orgasmo prolongado. Él eyaculó. Un trueno retumbó en el cielo y vino de golpe la primera visión. Un escalofrío la hizo presa. A partir de entonces venían a su mente futuros funestos. Un abrazo, una caricia o el saludo de mano podían desencadenar el instantáneo conocimiento de las desventuras de otro. Lamentablemente carecía de la persuasión. No encontró oídos que la escucharan. Se figuraba maldecida. Aunque dijera la verdad no había quién le creyera. Ello no evitó la certeza de sus visiones. Al cumplirse su sentencia, la cólera de los afectados se volvía contra la que no escucharon. Le cortaron la lengua. Aprendió la prudencia. En adelante guardó para sí las visiones y aquellas que compartió lo hizo encriptándolas para su interpretación. *** Copa tras copa se vuelven una bomba para su digestión. Vomita en el suelo. Le exigen el pago de la cuenta. Busca en su cartera y bolsillos. Ni sumando los centavos logra juntar la cantidad. Lo sacan a rastras. Estando fuera lo golpean y le roban la
cartera. Adolorido, intenta ponerse en pie sin resultado. Vuelve a vomitar, esta vez el vómito lleva sangre. Después de un rato tendido en el suelo se pega al muro y se apoya en él. Es de noche. Nadie transita por la calle. Todavía oye la música venir de dentro. Le punzan las sienes. De pronto, le parece escuchar gritos y alaridos en la lejanía. Al poco rato ve aproximarse un ruidoso desfile. Al acercarse presencia el paso de seres extraños. La procesión es encabezada por un minotauro que arrastra varios cuerpos sin vida, desnudos y lacerados. Le siguen arpías que intentan devorar los cadáveres. Luchan unas con otras por el manjar. Numerosos fenómenos les prosiguen: hombres sin piernas que se arrastran para avanzar, enanos que dificultan el camino de éstos y que llevan atadas personas invidentes y sin brazos quienes a su vez, cargan a cuestas a otros sin extremidades. Algunos enanos hacen malabares con antorchas. Unos gigantes escupen fuego. Mujeres y hombres deformes se esconden detrás de ellos. Hay también de enormes carnes que apenas pueden caminar. Andan desnudos y tragan la comida interminable que llevan en las manos. Esqueléticos individuos, frágiles y hambrientos, van tras ellos recogiendo la mierda que dejan a su paso. Cuando se disponen a comerla tropiezan o se les cae. Unos siameses unidos por el tórax se hieren uno al otro. Para evadirlos, él cierra los ojos y esconde su cabeza entre las piernas, cubriendo con ellas sus orejas. Abre los ojos cuando sólo vuelve a escuchar la música dentro de la cantina. Toma fuerzas y muy despacio se levanta. Con dificultad, camina sin rumbo apoyándose de la pared. *** - ¿Sabes? Te parecerá una tontería, pero… hace tiempo te siento fría y distante. - ¿Qué te hace pensar eso? Él arrimó su cuerpo a ella e intentó besar su cuello. La mujer lo evadió sin darle oportunidad. - ¿Ya lo ves? - Estoy cansada. - ¿Aún me amas? - Eres tú el que ha cambiado. Ya no
tienes detalles conmigo… ¿Hace cuánto no me regalas algo? - Es que yo… - Quieres culparme a mí de ésto, pero no has pensado en lo que yo siento. - Perdóname, soy tan tonto… Ella apagó la luz de su lado y se acomodó dándole la espalda. - ¿Qué sientes? ¿Qué pasa por tu mente? - preguntó él muy quedo. - Quiero el divorcio -respondió ella después de un rato. *** Árboles a uno y otro lado. Senderos que se bifurcan y lo conducen a otros. Se siente atrapado en un gran jardín. Sigue pensando en su paso por el hermoso palacio y sus guardias montados en pegasos. Mareado, camina tambaleante hacia una banca. Se recuesta en ella. A los pocos minutos oye el soliloquio de una voz chillona. - …¿te vas a comer a todos tus hijos? No, sólo a los tuyos. ¡Pendeja! Son débiles, ¡chingao! Nomás velos. ¡No mames, pinche jeta de ratones que tienen! De que se los chingue la peste a que me los trague yo, pus mejor yo, ¿que no? Tu pedo es que eres bien pinche aprensiva y a huevo los quieres contigo. ¿Pero quién te manda a parir tanto escuincle, cabrona? Mientras menos hocicos más comida, ¿que no?... Él mira a uno y otro lado buscando al dueño de la peculiar voz. No hay nadie en las cercanías. - Yo agradecería tener a mi mujer y mi hija conmigo - dice a la voz chillona. - ¿Quién dijo eso? ¿Quién chingados anda ahí? - exclama la voz. Muy cerca, ve salir a una rata de entre los arbustos. *** - ¿Quién te crees pendejo? ¿Te pedí tu opinión? - reclama el roedor. Él se muestra desconcertado. - ¿Hablas? - le pregunta. - ¿Te crees muy chingón, no? Nomás mírate, bien pinche pedo. Y la familia, bien gracias, ¿qué no? - No sabes nada. Los recuerdos se empalman en su mente. - Hice todo por retenerlas a mi lado… Se desprenden de sus ojos gotas saladas. - No mames cabrón, pinche puto llorón. - ¿Dónde estamos? - le interroga en tanto se limpia las lágrimas - ¿Dónde está la
salida? - agrega al levantarse. - Yo misma me pierdo, ¿cómo voy a saber? Esto es un pinche desmadre. Dicen que la cabrona se traga todo a su paso, ¿qué no? La rata no recibe respuesta. El hombre se marcha a paso lento hasta perderse en la oscuridad. *** - Hace tres años tenía una hija, pero el cáncer me la arrebató. Hace dos meses tenía una esposa, pero otro hombre me la quitó. ¿Qué me queda ahora? - pregunta él. - La vida, amigo - declara la cucaracha. - ¿De qué sirve vivir así? - Usted no lo entiende amigo, se necesita estar vivo para que nos lleve la muerte. - La siento cerca, pero no la veo… Desearía esperarla dormido, hace semanas no puedo conciliar el sueño. - Hay quienes conciben la vida como un sueño. - La mía hace tiempo se volvió pesadilla. Creo que me estoy volviendo loco. - ¿Qué le hace pensar eso? Él apunta su mirada a la cucaracha frunciendo el ceño. - Nada en particular - le responde sarcástico varios segundos después. - Habemos muchos cuerdos en este mundo. Sinceramente lo envidio, pocos como usted - agrega el insecto. - ¿Me ayudará a salir de aquí? Llevo tantos días deambulando en el metro sin encontrar la salida… - ¿No dijo usted antes que este era su camino a casa? - No. Digo, sí… Es que perdí el rumbo. Un día simplemente ya no reconocí nada a mi alrededor. Caminé y caminé hasta terminar agotado de vagar en ese caos. La ciudad de arriba es interminable. Cuando tuve la oportunidad, no dudé en bajar. Recuerdo que podía regresar a casa usando el metro…Ahora estoy cansado de abordar trenes que me llevan a ningún lugar. Estoy harto de pasearme en los andenes, ¿entiende? ¡Ya no puedo! - Debería sentirse afortunado, amigo; viva de limosnas. Hubo una vez un hombre que quedó atrapado. Se unió a los ambulantes para ganar dinero. A veces se alimentaba de lo que vendía: paletas, pastillas, chicles, chocolates… y no se quejaba. Él deja de prestarle
atención. Levanta la cabeza y observa a su alrededor. Ve a una diminuta mujer alada danzando en el aire. La criatura parece imperceptible para los demás. Al pasar junto a una joven la pierde de vista. Ésta le parece conocida. La acompaña con la mirada. Le es familiar. La cucaracha sigue parloteando. Él se pone de pie y se dirige hacia la joven. Pisa al pedante bicho accidentalmente. Retorciéndose en su lugar, la cucaracha le grita insultos y reclamos. Él no oye. Camina aprisa sin detenerse. Debe evadir personas y empujar a alguno para llegar a ella. Atraviesa medio andén hasta tenerla enfrente. La joven siente los golpecitos de los dedos de él sobre su hombro. Voltea. - ¿Me recuerdas? - pregunta el hombre y continúa acelerado - Caíste sobre mis piernas hace unas semanas, en el transporte. No hablamos, pero me diste una nota antes de bajar. Vaya que llevabas prisa, ¿no? Leí tu mensaje una y otra vez. Aún ronda por mi mente. Es que no lo entiendo, ¿sabes? Pero es cierto, estoy perdido, hoy más que antes. Ayúdame a entender. Quiero encontrar la salida, tener paz… - Lo siento, me confundes - dice ella. - No, sí eres tú. - Disculpa, tengo prisa. Ella le da la espalda y se aleja. Él la alcanza y la toma del brazo. La joven se molesta y lo amenaza con gritar. Sus palabras lo intimidan. No tiene más remedio que dejarla ir. El tren llega. La joven lo aborda. Él sube a su vagón un par de puertas atrás. Transbordan a otra línea y a otra más tarde. La pierde en el camino. Baja y baja escaleras. Las profundidades lo acogen maternalmente en su tibieza. Un hermoso canto de voces femeninas lo seduce desde el fondo. Al llegar abajo permanece inmóvil al pie de las escaleras eléctricas. Oye el canto con más claridad. Su tranquilidad es interrumpida por una emboscada de gallinas que le sorprende por detrás. Se aparta dirigiéndose al andén. Del otro lado, una niña descalza y desaliñada toca el acordeón junto a su hermano más pequeño
y con la misma facha. El niño juega con el mugriento vaso de plástico que tiene entre las manos. Un sonido lejano sale del túnel. Siente una corriente de aire frío. De pronto, del conducto izquierdo entra rugiendo a la madriguera una enorme serpiente alada, con garras y el espinazo erizado en púas; exhala bocanadas de fuego. Lo atemoriza en un primer instante. Nadie más parece asustado. La criatura desaparece a los pocos segundos por la cavidad izquierda. El dulce canto femenino suena con mayor intensidad. No identifica su origen. Nuevamente, un sonido lejano se acerca acompañado de una corriente de aire frío. Otra enorme serpiente alada cruza en la misma dirección. Enfrente, una señora reprende a su hija. Él camina a la parte trasera del andén. El canto es embriagador. Se intensifica hasta su desesperación. Se cubre las orejas. No para de oírlo. El trío de jóvenes del andén opuesto lo miran burlonamente. Se oye a la distancia el sonido de la serpiente alada. Una corriente de aire surge ahora de la cavidad izquierda. Pronto ve aproximarse a la que arroja fuego. Por su posición, será el primero en recibirla. El canto se torna lastimero. Da unos pasos al frente, uno más. Rebasa la línea de seguridad. Recuerda a su hija, a su esposa. El canto es insoportable. La serpiente entra feroz. Él cierra los ojos y se lanza a sus fauces.