La compañía de guerreros avanza, jadeante, hacia la ciudad...la gran sombra cubriendo el valle con su inmenso eco, pisándoles los talones. Desde la cima de los templos los ven venir.
Sus mancillados pies, entran a la ciudad, haciendo crujir los muchos pedazos de jarrón destruidos en el ritual previo a la ceremonia de renovación.
Avanzando, mucho como coyotes zarandeados, entre las blancas calles desiertas, entre las casas cubiertas de estuco de las que asoman las miradas de mujeres y niños curiosos.
Conforme avanzan lo saben, los chillidos y gritos se los dicen…ha comenzado.
Vienen de todas partes y más ahora que el sol se ahoga en sus tintas rojas incendiando el cielo quizás por última vez.
En lo profundo de las casas de los cuatro barrios hay un miedo callado, no hay fuegos que alumbren las moradas. Los niños que no logran despertar son devorados; aún algunos en brazos de sus mismas madres. Hay lágrimas en sus rostros cuando ellos ya no despiertan, ese único líquido amargo he inútil, salado como el valle, infértil como su sequedad maldita en la que sólo los tlaloques restantes pregonan esparcidas lluvias. El miedo crece, sin los dioses el mundo se rompe.
En la base del cerro Huixachtécatl hay una gran multitud reunida. Todos los hombres del imperio y jóvenes que en este día pasarían a serlo están allí. Pero pese al gran número de círculos de danzantes, que bajo toques del Huehuetl congregan a guerreros, pochtecas, macehuales, y otros, ésta no es una época de fiesta, ésto no es el fin del siglo; es en mucho el fin de los tiempos. Los ídolos de piedra esperan con ansias se pinten sus labios con sangre.
La banda guerrera, con su fugitivo prisionero, se abre paso. Subiendo cada nivel conforme la noche domina y el pánico crece en la ciudad y el grupo. En la cima, los sacerdotes envueltos en sus mantos, reciben al cautivo emperador al pie del último basamento, donde se decidirá la suerte del mundo.
-Hay naguales
aullando en las colinas, cada uno buscando su sombra… riendo o aullando. Perdimos una parte de tres contra sus más leales sirvientes, y otra la segunda noche dormidos, devorados por las tzitzimime. Aún aquí a nuestra llegada, la ciudad se ha llenado de gemidos…-
-Lo sé, pero la muerte del gran emperador deberá ser suficiente…-
Hongos y cansancio han hecho la mente del huey Tlatoani sublimarse de forma vaporosa, olvidándose, éste avanza con ellos a morir, pero indispuesto. En mucho es como aquella semilla de maíz raquítico. Sus ánimos crecen como la noche en la que una a una las estrellas caen; caen los seres de antes del tiempo, caen las féminas huecas y de huesos.
El sumo sacerdote del barrio de Copolco empieza a encender el fuego en la noche del fin del ciclo de 52 años. Cuando las Tianquiztli hubieron cruzado el oscuro alto cielo, los mamalhuaztli del gran sacerdote incendian el pecho del sacrificado…
Los rugidos vienen de las tinieblas, un grito de agonía pública que ha atrapado a alguien. Las mujeres salen a las calles y poco les faltaría para encender un fuego, a no ser de que saben del lejano esplendor esperanzador en ofrenda al dios sol y al dios fuego Huehuetéotl. El gran sacerdote extrae el corazón del pilli, exhibiéndolo a los cuatro rumbos ante la atenta marea de hombres envueltos en penumbras. El viento ruge sobre la gran pira hacia la que avanza, corazón en mano, aun latiendo. El alimento de los dioses cae en las llamas. Un fulgor dorado tiembla ascendiendo, mas no permanece; humo negro nubla sus aterradas miradas. Éste comienza su descenso hacia el valle. Ya no hay estrellas en los cielos. Sus zarpas esqueléticas atacan a la gente que rompe hacia la ciudad. Vienen de las tinieblas no como una jauría de escuincles; sino más como maldiciones en medio de murmullos. El miedo no es más, se desata el terror.
Hay una gran carnicería en Huixachtécatl. Los que han podido salvarse del ataque inicial huyen a las
calles; las mujeres que allí están, aún oyen ruidos en las casas. Pero los más de las entidades bajan como ejército desde el templo.
Y es entonces que las mujeres ven las armas dejadas por los hombres, su propio coraje frío, entre sus lágrimas, ruge entonando salvaje grito unísono. Y así para cuando la multitud baja a la ciudad seguida por las bestias hay Cuachpantli amarrados a cuerpos curvos. Las armas se balancean en sus manos, los Chimalli lucen en sus brazos. Han encontrado ser un ejército colérico y callado que carga corriendo hacia la humareda; danzando entre miradas confundidas en atónito horror. Y bajo oscurecidos plantas guerreras, corren muchas tintas; macabras infusiones de las criaturas pero más aguas de las que se componen los dioses.
Las mazas ciegas se abaten sobre los cráneos que traen la muerte. Aquí y allá la ciudad se torna un campo de batalla. El ruido de la lucha siendo el único ojo ciclópeo que permite ver ésto. Los guerreros encorvados, los que han quedado luchando se espigan con la batalla. El humo se arremolina con los choques.
Los estandartes bien amarrados se tiznan, se manchan pero no caen sino con gran estruendo y hechos completamente trizas; mas aún con tan terrible coraje, las tzitzimimes son demasiadas y los intentos de fuegos son inútiles.
El templo es el foco y el objetivo, descalzas o heridas su meta esta allí. Sus pasos coléricos encaminándose hacia allá, las tzitzimime no retrocediendo sino rotas por las macanas. La ciudad empieza silenciarse, sólo hay puntos ciegos con monumentales y heroicas caídas. Pero están superadas y hay menos en pie. Cada vez menos, cada vez más sangre derramada, cada vez el suelo se torna más rojo. Hasta que son sólo un puñado y su portaestandarte.
Al caer éste gran estandarte en majestuoso tumulto, son cuatrocientas las sangres que han corrido. Cuatrocientas las materias que fecundan la tierra.
Con un gran tronar de rayo; el horizonte se ilumina. Las
bestias encaran al rumbo desde donde Huitzilopochtli renace para destruirlas; renace desde el sangriento vientre de sus cuatrocientas madres; de las cuatrocientas fecundas Coatlicues que desde ahora también marcharán con él. Y en los ojos abiertos de las guerreras caídas se refleja una nueva verdad. El nuevo sol ha nacido.