- “Al menos hay trabajo”
Exclamó el hombre que venía a mi lado en la camioneta. Una profunda tristeza en su mirada, se escuchaba un nudo en su garganta. Era bastante claro que a este hombre le pesaba el alma y ya llevábamos 3 horas donde sólo se escuchaba el sonido de bichos y del camino hecho entre piedras y barro. En la parte de atrás de un camión de carga es difícil leer, así que me venía concentrando en ver cómo aparece el camino debajo de las llantas y de en apreciar el paisaje verde y montañoso. El calor junto con la humedad y el camino no pavimentado me permitieron reflexionar sobre cómo vive la gente aquí. La afirmación del hombre me sacó de mi extraño estado de trance, medio del sangoloteo alcancé a preguntar:
- “¿Cómo?”
- “Sí mire, ya al menos ahorita vamos pa'l trabajo allá en la comunidad de Santa Catarina, que si me quedo arriba seguro me muero de tiricia o algo más, aunque mañana me vaya a regresar.”
Lo miré fijamente. No sabía cómo reaccionar. Sólo alcancé a preguntar
- “¿Viene usted de muy lejos?”
- “Verá, yo vengo de una comunidad ahí en medio de los cerros donde las estrellas se ven en el cielo y en el camino por las noches. Justo arriba del crucero de piedraestrella, uno camina dos horas y ya llega. Pero eso no es lo difícil. Que justo a uno se le juntan las desgracias y sólo apenas queda el trabajo pa’consolarse.
No me crea, pero esta semana ha sido de esas que a uno hasta ganas de morirse le dan…”
Su mano morena se apretó y la empujó con fuerza en contra de su pierna derecha. Respiró fuerte y continuó.
- “ Ya ve que uno cuando es joven no entiende de desgracias y hasta que uno crece ya aprende qué es el dolor de deveras. Y eso que mi papá me llevaba a la milpa desde chiquillo. Una vez, el tejón se comió todo y tuvimos que comprar máiz para noviembre. Rete difícil estuvo esa vez. Ay, pero que uno no sabe.
Y más coraje le da a uno cuando le dice a otro que no haga
tarugadas, pero nomás no entienden. Que por eso mataron a mi hermano apenas…”
Me tensé. El hombre se veía frustrado, enojado y triste. Tomó mi breve silencio como una afirmación de continuar con su historia.
- “Apenas había llegado un nuevo maestro a la comunidad, y ya le enseñamos todo, sobre dónde vivían los papás, donde se dormía y cuándo debía salir y cuándo no. Las noches en especial. Era un joven el maestro, de esos que creen que ya saben todo. Le advertí sobre qué no debía salir las noches de primero de mes. Que se oyen ruidos raros pasar por la milpa, y tenemos ahí que encerrar ese día a las cabras y los perros. Un gruñido como de lobo, pero más feo. Mi primo ahí una vez dice que vio un perro grandote pero andando en dos patas. Ese día blanco regresó, que vio cómo el perro se quitaba la cabeza y luego se ponía una de humano y ya se convertía otra vez.
Y ahí le dijimos al maestro que se quedará en su casa. Que ya tenía todo para dormir. Que mejor convenía que no hiciera nada. Que ya al otro día mejor hiciera su trabajo. Pero nada, que ese día sale, porque no nos creyó. Que puro cuento que no le espantaba, nos decía.
Y ahí esa noche que salió regresó con las tripas de fuera, con un zarpazo grande en medio. Como de garra. Y una mordida en un pie. Gritando mucho, que se moría, que le había atacado un lobo decía.
Llegó a casa de mi hermano, que sabía de uso de plantas para curar, ahí mi mamá le había enseñado y de niño siemore andaba preguntando a las abuelitas que qué remedios usaban y ya se los aorendía él para luego si se enfermaba se curaba solo. Así de grande ya nomás se dedicaba a eso y me ayudaba con la milpa a veces y ya nos ayudábamos.
Que cerca de mi hermano golpeó al maistro el animal ese. Y ahí mi hermano cómo pudo le dió plantas para el dolor y ahí intentó curarle las heridas. Sin importar ser de primero de mes salió mi hermano bien valiente al internet para avisar en la
coordinación que el maistro había tenido un accidente. Horas se tardaron en llegar, el maistro estaba ya ido, los ojos casi en blanco cuando yo llegué, que me tardé en bajar con mi hermano luego de que avisó porque a todos nos daba miedo salir esa noche.
Ya se llevaron al maistro. Todos preocupados nos fuimos a dormir. Y al otro día se llam a junta. Y se empezaron a echar culpas. Sobre quién le cuidaba o quién le había dicho que saliera. En eso una señora, bien malintencionada, dice ‘Seguro fue don Faustino, que es brujo, que siempre cura a uno con yerbas y conjuros seguro de noche se hizo animal y luego se arrepintió de comerse al maistro'
La señora Rosalía ya le tenía mala voluntad a Faustino, porque tuvo un nieto que no le pudo salvar, que le dió calentura pero de esas que ya necesitan ir al doctor pero la señora necia que no quería sino que mi hermano lo salvara. No pudo. Anduvo diciendo que hasta mi hermano había embrujado al niño desde antes.
Ardía yo en coraje que puras mentiras decía la señora. Pero la gente se creyó su cuento y ahí fueron todos en la madrugada, cuando el sol apenas se asoma con machetes y fuego encendido, a casa de mi hermano que en vela pasó pensando en el maistro. Yo estaba ahí ayudando a Faustino, que nunca se casó porque esas cosas de mujeres no le llamabana atención, siempre me reía y le decía que sus amores eran las yerbas. Le dio de esas angustias que no te dejan ni comer.
Que tocan la puerta, y se escuchaban las voces de todos. ‘Escóndete’ me gritó quedito. Ahí me metí debajo de la cama, con una sábana encima y viendo apenas por un huequito. Que veo entrar a medio pueblo. Rodeándo a mi hermano, sin preguntar le dieron dos golpes y lo tiraron al suelo. ‘Ese se quita la cabeza para hacerse lobo' gritó la señora Rosalía. En eso que otros dos lo agarran de los brazos y otro le jaló los cabellos para enfrente dejando su cuello al aire y mi primo levantó su machete alto, de dos
tajadas le arrancaron la cabeza. Yo del miedo ni moverme podía. Ahí vi cómo se llevaron sus restos. ‘para el río' dijo uno 'si se queda en el monte seguro se recupera'
Nomás llorar pude. Ni comía. Apenas ayer medio me comí una tortilla.
Harto coraje me dio escuchar al otro día un aullido como de lobo, ahí en el otro cerro. Donde contaban que vivía un señor solo. No podía ni ir al baño de coraje.
Ya mi mujer me ayudó, me lavó y me mandó a trabajar. Que ya ni llorar era bueno decía…”
En ese momento, llegamos a Santa Catarina. Bajó el señor con una extraña ligereza. Podía sentir su respiración fuerte y su mirada bien determinada. Sabía bien qué haría al día siguiente. Sólo traía su machete y una hoja de papel en la que alcancé a leer “balas de .45”