Hay instantes en los cuales un silbido puede derribar todos los árboles de un bosque. En otros momentos un pestañeo es suficiente para causar una explosión solar. Pero hay otros, los menos, cuando un sueño es capaz de invertir el universo, volverlo del revés y hacernos creer que nada ha sucedido, hasta que otro instante nos hace suponer que todo vuelve a ser eterno. En esos momentos podemos convertirnos en el mejor dios: aquel que reconoce la magnitud de lo creado y se maravilla sabiéndolo en gran parte ajeno a su voluntad desde antes del origen.