Me gusta pasear, la noche, y las tormentas. No hay nada mejor que salir después de una tarde lluviosa cuando los sonidos de la ciudad se apagan y sólo se escucha el plip plop de las gotas, se ve la luz de los faroles como esferas, el aroma a tierra y se puede respirar el aire fresco después de que el aguacero lo limpia todo. Pasearía más seguido, pero la ciudad y sus peligros me lo impiden, tengo miedo, he de reconocerlo. Es por eso que acorto mis paseos y siempre estoy buscando compañía, pero mis amigos no sienten la misma pasión y siempre termino sola.
Una noche encontré un antiguo ex convento en Azcapotzalco. “Visitas guiadas nocturnas, conoce esta maravilla del antiguo México…” decía el folleto y luego el agradable sujeto vestido de Virrey-” Ésta imponente construcción fue edificada con piedras de una antigua pirámide…”. Poco tiempo después me separé del grupo y comencé a investigar por mi cuenta; era un lugar bastante bonito y bien conservado, techos altos, la iluminación con velas, muebles y decorados coloniales, pero fue el jardín central el que me atrajo más, silencioso y
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