Snuff
Prologo.
Mi nombre es Teresa, y soy estudiante de preparatoria. Hasta hace poco residía en Caracas, Venezuela, pero mis padres decidieron que lo mejor sería mudarnos, y probar suerte en México.
Nos instalamos en la capital, en una colonia de la delegación Coyoacán. Estuvimos 3 meses, después decidimos mudarnos de nuevo, hacia un lugar más tranquilo, tanto para mí, como para mi familia.
Durante los 3 meses que estuvimos en la Ciudad de México, mi familia y yo dedicamos la mayor parte del tiempo en arreglar el departamento que acabábamos de adquirir. Pintar las paredes, organizar las cosas de la mudanza, revisar el estado de las cuentas y los servicios eran cosas que tenían que hacerse. Mis padres se encargaron de las tareas relacionadas con la casa, mientras yo esperaba poder integrarme a la escuela lo más pronto posible.
Ingresé a una preparatoria afiliada a la Universidad Nacional Autónoma de México. Empezaría, tarde, mi 5 semestre de preparatoria, y sería en este lugar donde mi historia tiene comienzo.
Secuestro.
Entré a estudiar dos meses después del inicio del curso. En cada una de las clases convivía con los mismos compañeros. No tardé mucho en hacer amigos por la dinámica de las materias. Tomaba cursos de ciencias; exactas como matemáticas, física, química; de la salud como biología y psicología, y al finalizar el día, me presentaba a un taller especial de la Profesora Rosario.
La profesora Rosario impartía la clase de psicología, y además, el curso vespertino de “Responsabilidades humanas y sociales”, donde se tocaban temas de interés general como el aborto, sexualidad, responsabilidades, y otros por el estilo. La participación en el taller otorgaba a los estudiantes puntos extra sobre su calificación trimensual, y al final de cada curso, la presentación de un proyecto final, de uno realmente bueno, ameritaba un punto extra en la calificación obtenida al final del curso.
Rosario nos
alentó en presentar un trabajo sobre “la madurez individual ante el reto de la paternidad”. Consistía en el viejo experimento de cuidar un huevo de gallina durante un mes. Todos decidimos tomarlo, nos parecía tan atractiva la facilidad de ganar ese punto, que ya habíamos firmado las “hojas de compromiso” que Rosario había fabricado para comprometernos en el proyecto. –Para que el experimento sea más interesante – nos dijo al final del taller, -el huevo que les daré será fresco. Para aquellos que hagan un excelente trabajo, tendrán algo más que un punto final, también tendrán una mascota nueva-. Alentados por la sorpresa, todos nos retiramos a nuestras casas contentos.
Al final del taller, Leonardo y yo decidimos tomarnos un café en el cubículo estudiantil (Leonardo y yo éramos los estudiantes foráneos de nuestro grupo). Platicábamos sobre las diferencias entre Venezuela y Chile, y a la vez, encontrábamos inmensas las diferencias con México.
Al terminar nuestro café, nos despedimos en la entrada de la escuela y cada quien se fue a su casa. Al llegar a la mía me percaté de que ya no traía el huevo conmigo.
Los avisos.
Al final de la siguiente sesión del taller, Rosario nos comentó que haría revisión de los huevos cada viernes de las 4 semanas restantes. Mis padres no estaban al tanto del proyecto, así que se los comenté en el momento justo que encontré el reemplazo del huevo extraviado. Cerca de mi casa, una tienda de productos orgánicos recibía una entrega de huevos, de una granja especial en las afueras de la ciudad. Pagué 5 pesos por uno de los huevos y eso fue todo. Mi papá encontró el tiempo para hacerme una incubadora casera, utilizando empaques de cartón, un foco de 40 watts y unas tablas de madera. Los primeros dos viernes no tuve problema de sacar el huevo, mostrárselo a Rosario, y regresarlo a su cómoda incubadora.
A inicios de la tercera semana, empecé a recibir mensajes en mi correo
electrónico. Eran enlaces que dirigían a páginas con imágenes sobre el desarrollo embrionario de las aves. El usuario se hacía llamar Snuff, y pensé que se trataba de algún compañero del taller.
El miércoles de la tercera semana, día que regresaba temprano a mi casa, encontré en la puerta, dentro de la caja del buzón, un sobre dirigido mí. El sobre era diminuto, tanto que cabía a lo largo de tres dedos de mi mano. No tenía ningún otro dato, solo la palabra SNUFF escrito con crayola azul. Al llegar a mi cuarto, abrí con mucho cuidado el sobre y saqué su contenido en mi mesa de trabajo.
Al principio no entendí por qué alguien mandaría una cáscara de huevo en un sobre cualquiera. No le di demasiada importancia al asunto; tiré el sobre a la basura y decidí escribir a Snuff para exigirle una explicación.
Pasaron los días y nunca recibí respuesta. Ya no recibía mensajes de él, y las ligas que antes me había mandado ahora me redirigían a páginas con contenido errático o “inexistente” según mi buscador.
Platiqué con mis papás sobre el asunto. Aunque no era mucha nuestra preocupación, todos estábamos sintiendo cierto malestar sobre el asunto.
Al final de la tercera semana, recibí noticias de Snuff.
El video
Habían pasado 21 exactamente desde que nos habían entregado el huevo de gallina en el taller. 21 días desde que mi huevo había desaparecido y, curioso, han pasado 21 días desde que vi aquel video.
El viernes, después de haber colocado al sustituto del huevo desaparecido, revisé mi correo y encontré mi bandeja de mensajes vacía. Ya no tenía ningún correo, ni en la bandeja de mensajes eliminados, o guardados. Revisé en la configuración si podía obtener el momento en que la operación fue efectuada, y mientras lo hacía, recibí un correo nuevo.
Era Snuff. La presencia de su correo, magnificada cien veces por la ausencia de todos los demás, me hizo estremecer. Hice click en en correo, y en
mi computadora apareció un mensaje sencillo. Era una línea de texto que decía lo siguiente:
Debajo de ella, se encontraba un enlace a la página de YouTube al cual accedí.
El video tenía una duración aproximada de 2 minutos. En él se mostraba un fondo negro, y al centro, un huevo en una incubadora casera.
Al poco tiempo aparecieron un par de manos. Una de las manos estaba pintada de líneas negras que circulaban por dos dedos, los cuales, fingían ser unos pies. Las líneas se dibujaban hacia el dorso de la mano, el cual también estaba disfrazado con una pequeña máscara a la altura de los nudillos, una máscara sadomasoquista. La otra se encontraba desnuda, con las uñas pintadas de blanco.
En un momento, pude observar como la mano disfrazada empezó a golpear con sus dedos el cascarón del huevo hasta romperlo. Del cascarón se escurrió un pequeño embrión, húmedo, aun sin completar su desarrollo.
En el momento en que el ave se escurre hacia el centro del enfoque, los dedos disfrazados, ayudados de una aguja, empiezan a picar las piernas, los muslos y el recto del ave. El sonido del video dejaba escuchar los leves sonidos producidos por la víctima mientras el alfiler lo pasaba, y en algunas ocasiones, lo traspasaba.
Al poco tiempo, se veía que la mano desnuda portaba un encendedor Bic encendido. La mano disfrazada sujetó al polluelo por sus alas y empezó a quemarle sus extremidades. El humo salía de color negro, y escurrían algunas gotas de un líquido oscuro.
Al final del video dejaron al ave tendida, en primer plano. Después del maltrato sufrido, aún permanecía con vida, se podía observar como su cuerpo se inflaba y se contraía sutilmente. Las dos manos sujetaron los extremos de la víctima y, tirando de ella, le arrancaron la cabeza. Con esto, el video terminaba.
Aterrada, acudí a mis padres para que vieran lo que yo acababa de ver. Su impresión fue tal que mis padres
llamaron a la policía. Cuando ellos llegaron, el video ya había sido eliminado de YouTube, y a nosotros se nos aconsejó que no estuviéramos solos cuando saliéramos a la calle, y menos en horas poco convenientes. De ser posible, les dijeron a mis padres, pasen por su hija después de las clases.
Epilogo.
Rosario no recibió mi trabajo. Le había contado que extravié el huevo, pero no le conté los sucesos que pasaron después de aquel día. Mis padres hablaban conmigo sobre lo que sucedió. La situación era extraña.
No pude ver el premio de aquellos compañeros míos que hicieron una labor extraordinaria cuidando a su huevo. Sentía algo en la nuca que no me dejaba verlos. Incluso dejé de comer huevo y pollo.
Después de un mes de lo sucedido pude pensar mejor en lo que había ocurrido. No podía saber si el embrión venía de mi huevo o no, pero la duda me dejaba intranquila. Pensar en el sobre con el fragmento de cáscara, me hacía pensar mucho en lo que significaba. Pero el momento más aterrador que pasamos mis pares y yo, vino de lo más profundo de nuestro ser, cuando nos enteramos por la madre de Leonardo que su hijo llevaba desaparecido 2 semanas, y que ese mismo día, había encontrado en la caja de su buzón, un extraño y pequeño sobre.