Una mujer en la parada de las combis. Entrada en años, clase media baja, como la mayoría de la ciudad. Le comenta a otra mujer que se encuentra a su lado, casi de las mismas características, podría decirse, que está indignada y molesta por los actos llenos de vandalismo de los maestros de la CETEG, y los alumnos de la normal de Ayotzinapa. La parada de combis del centro en la avenida Juárez, es un desmadre como siempre, ruido de cláxones, combis mal estacionadas obstruyendo el tráfico, taxis, autos estacionados en doble fila. Calles mal trazadas, ambulantes, basura, mucha basura.
Es indigno que estos tipos hagan su desmadre y nadie los controle. Es indigno que incendien edificios del gobierno, es indigno que cierren calles, que tomen las tiendas de autoservicio, que exijan justicia, es indigno, alguien debería ya de ponerles un alto, comenta la mujer.
El gobernador se pasea en el helicóptero, visita amigos, apadrina bodas, acompaña a los funcionarios, se ríe, se divierte, va a entrevistas a la radio, a la televisión, llama a la paz, congrega a los no violentos, invita a sus camaradas a asumir los cargos de su gabinete, vuelve a sonreír. Los diputados se van de viaje, negocian sus cargos, los espacios para ellos, para sus hijos, sus esposas, sus serviles achichincles. La esposa del presidente compra una casa de siete millones de dólares, se va de viaje con su marido y con todos sus hijos y su maquillista. Mientras que Guerrero es uno de los estados con los índices más elevados de muerte por la violencia desatada por el narcotráfico y la pobreza. Muertos, desaparecidos, desplazados, olvidados. Esto no indigna a la mujer que levanta su voz para quejarse de los maestros y de los alumnos de Ayotzinapa.
Es indignante que cierren las calles, que marchen, que exijan justicia, le dice una mujer a la otra.
Todos los días aparecen ejecutados en el puerto, en la ciudad, en todo el estado. Muertos, se escucha el rumor de algún secuestro, de una
extorsión, de alguien que cerró su negocio porque fue amenazado por la maña. Esto a quién le indigna, a quién le duele.
Sí, responde la otra mujer indignada, qué hacen esos revoltosos, ya debería de hacer algo el gobierno, mandarles al ejército para que se calmen.
Hace siete años a Jorge Gabriel lo levantaron, hace siete años que no sabemos nada de él. Nadie puede decirnos nada. ¿A quién le indigna eso? Y como Jorge hay más inocentes desaparecidos, enterrados en alguna fosa clandestina.
Hace un mes desaparecieron a 43 estudiantes, mataron a seis personas, la policía municipal de Iguala, el estado, la indiferencia. Se encontraron más de 28 fosas con restos de personas. En un pequeño salón de Chilpancingo hay 23 familias de una comunidad viviendo de manera deplorable, un grupo de delincuentes los sacaron de sus casas, ahora están ahí encerrados, sin hogar. Esto ¿no debería de ser indignante para todos nosotros?
Un grupo, una horda sin control de maestros y estudiantes marchan, queman edificios del gobierno, toman casetas, asaltan camionetas de empresas comerciales, Bimbo, Coca Cola, Sabritas, se enfrentan con violencia, gritan, exigen justicia.
Es indigno pensar en todo esto, es indigno omitir muchas otras cosas. Indigno guardar silencio, indigno darle la razón a los poderosos, indigno culpar siempre a los invisibles, a los vándalos, a los miserables, los otros, los que se quedan a las sombras en el abandono. Los culpables de su pobreza, de su ignorancia, los que no saben hacer otra cosa que exigir con gritos, y cuando nadie los escucha tiran golpes que lastiman, que agreden a los cómodos, a los serviles, a los ciegos, a los promotores del engaño, a los burócratas del sistema, golpes que buscan sanar su dolor pero que provocan dolencia, más heridas, más golpes, más sangre.
¿Qué nos indigna a nosotros?