En los límites con Veracruz, todavía dentro del estado de Puebla, al pie del volcán conocido como Pico de Orizaba (Citlaltepetl, su nombre original; la montaña más alta de México, 5 mil 610 metros sobre el nivel del mar), se encuentra el municipio que por mucho tiempo se llamó Chalchicomula de Sesma (Chalchicomula, pozo de piedras verdes), extensa geografía integrada por cerros semidesérticos en donde colaboró para la Independencia el acaudalado Antonio Sesma y Alencastre y años más tarde se hizo fuerte Porfirio Díaz, el general, en su fatigosa lucha contra la intervención francesa.
Los políticos actuales le cambiaron de nombre al lugar donde se dice vivió Quetzalcóatl, quien impuso a valles y serranías sus nombres originales.
Volviendo a tomar camino, hacia el sur enbrujulado, se llega a una pequeña población de nombre San Pedro Temamatla, que se levanta muy cerca de otra, llamada Cuesta Blanca. Ahí en Temamatla existe una larga calle que tiene la característica de que uno de sus extremos concluye (¿o se inicia?) en la pequeña plazuela del pueblo; el otro extremo va a morir, varias cuadras después, justamente en el cementerio; y tal calle, con esa peculiaridad paradójica, es el escenario rural de esta historia.
Dos días antes de nuestra trama se supo en el pueblo que Julio Bueno Enríquez, había sido mordido por una serpiente, de esas arteramente venenosas, que conocidas son con el nombre de “coralillos”. Esto sucedió en la Sierra Negra al estar integrando Julio una carga de quiotes para trasladarla a Temamatla sobre su cuadrilla de mulas, con el fin de construir la techumbre de unos chiqueros para criar cerdos.
El mismo día de la mordedura, sucedida en un fatídico mes de junio, su primo, Julián Malo Enríquez, candidato a diputado por la región, había pronunciado en otro pueblo cercano, un lacerante discurso en donde hizo gala de su más poderoso veneno verbal en contra de sus enemigos
políticos.
De Julio llegaron noticias contradictorias: unos decían que después de la mordedura había perecido casi instantáneamente; otros aseguraban que se había salvado gracias a un milagro de… ¿Quetzalcóatl?... Lo cierto es que a los dos días los dos, Julio Bueno Enríquez y Julián Malo Enríquez, se encontraron en la calle antes descrita. Ambos se saludaron y como ni no fueran hijos del mismo pueblo, se preguntaron el uno al otro: uno, en qué dirección estaba la placita de armas, el otro, en dónde quedaba el cementerio.
Julio Bueno, confundido, señaló equivocadamente a Julián Malo la dirección del cementerio, cuando Julián lo que quería era dirigirse a la plaza en donde iba a encabezar un mitin. Julio, por su parte, creyendo que iba al cementerio (quién sabe para qué) terminó llegando a la placita de armas. Corrientes encontradas.
Cuando Julio llegó al jardincito nadie le dirigió la palabra, todos hacían como que no lo veían, como que no se daban cuenta de que ahí estaba, y así, en medio de esa indiferencia, se fueron pasando los segundos…los minutos… las horas… los días…
Al darse cuenta de que había tomado la dirección equivocada Julio Bueno decidió rectificar el camino y empezó a desplazarse rumbo al cementerio. En el trayecto se encontró con Julián Malo, quien ya venía de regreso. Julián, enfurecido, sintiéndose engañado, habiendo perdido la cita con el mitin político, respondió al saludo de Julio con un tremendo envión que filoso le atravesó a éste las entrañas. Julio Bueno no sintió nada malo en sus interiores. Julio Malo sabía que no había hecho nada bueno con el otro Enríquez.
Cuando se encontraron la primera vez era el mes de junio; a Julián y a Julio les faltaban varios días para que fuera julio y en esos días podían pasar muchas cosas. Ahora que se volvían a encontrar y sin saber cómo, para Julián y para Julio ya era agosto y ya habían pasado muchas cosas.
Julián Malo sabía que acababa de dar una puñalada pero no sentía nada por ello. Así se fue caminando hacia el que era su destino original, la plaza de armas, pero no encontró a nadie, como si todo el pueblo estuviera dormido a esa hora del día. Julián quedó vagando por la plaza quién sabe por cuánto tiempo o quién sabe si por todo el tiempo.
Julio Bueno sabía que le acababan de dar un tajonazo pero tampoco sentía nada. Caminó lentamente hacia donde debió haberse dirigido desde un principio, al cementerio. Pocas cuadras antes de llegar perdió el Julio; ya más cerca aún, perdió el Bueno; fue cuando sintió la puñalada como si fuera una pequeña mordida de “coralillo”. Al llegar al cementerio perdió el Enríquez. Cuando iba entre las tumbas ya sólo era viento.